¿QUIÉN ES KHEZR O JADER?
Considerado
esencialmente como el maestro espiritual invisible, reservado a aquellos que son llamados a una
afiliación directa al mundo divino sin intermediario ninguno, como lo fue Ibn
‘Arabi. Aparece como el guía de Moisés, su iniciador «en la ciencia de la
predestinación». Se revela así como depositario de una ciencia divina infusa,
superior a la ley (shari’a).
Por
Henry Corbin
El
hecho de tener a Khezr (Jader) como maestro inviste al discípulo (en este caso
Ibn ‘Arabi) en su misma individualidad, de una dimensión transcendente y
«transhistórica». No se trata ya de la entrada en una corporación de sufíes,
sea en Sevilla o en La Meca, sino de una afiliación celestial personal, directa
e inmediata. Lo que entonces queda por analizar es el lugar de Khezr en el
orden de las teofanías, o, dicho de otra forma, cuál es la función de Khezr
como guía espiritual no terrestre, respecto a las manifestaciones recurrentes
de esa figura en la que, bajo tipificaciones diversas, podemos reconocer al
Espíritu Santo; o, en otras palabras, cuál es su relación con la suprema
teofanía evocada en el hadith que habremos de meditar aquí: «He contemplado a
mi Señor en la más bella de las formas» (cf. segunda parte, cap. IV). La
cuestión equivale a analizar si la relación del discípulo con Khezr es análoga
a la que tendría con cualquier otro Sheij terrestre visible, lo que implicaría
una yuxtaposición numérica de las personas, con la diferencia de que, en un
caso, una de esas personas no es perceptible más que en el ‘alam al-mithal. En
otros términos, ¿Khezr figura en esta relación como un arquetipo, en el sentido
que toma esta palabra en la psicología analítica, o bien como una persona
diferenciada y con existencia continuada? Ahora bien, ¿no plantea esta pregunta
un dilema que simplemente se desvanece en cuanto se presiente que las
respuestas a las dos preguntas -¿quién es Khezr? y ¿qué significa ser discípulo
de Khezr?- se iluminan existencialmente la una a la otra? Para dar una
respuesta completa a la pregunta de quién es Khezr, sería preciso reunir un
material considerable de muy diversa procedencia: profetología, folclore,
alquimia, etc. Pero puesto que aquí lo consideramos esencialmente como el
maestro espiritual invisible, reservado a aquellos que son llamados a una
afiliación directa al mundo divino sin intermediario ninguno, es decir, sin
vínculo justificativo con una sucesión histórica de sheijs y sin investidura de
ningún magisterio, debemos limitarnos a algunos puntos esenciales: su aparición
en el Corán, el significado de su nombre, su relación con el profeta Elías y,
por otra parte, la relación de Elías con la persona del Imam en el shiísmo. En
la sura XVIII (vv.59-81), Khezr aparece en el curso de un episodio de
misteriosas peripecias, cuyo estudio en profundidad exigiría una confrontación
exhaustiva de los más antiguos comentarios coránicos. Aparece allí como el guía
de Moisés, su iniciador «en la ciencia de la predestinación ». Se revela así
como depositario de una ciencia divina infusa, superior a la ley (shari’a); Khezr
es, en consecuencia, superior a Moisés en tanto que éste es un profeta que
tiene por misión revelar una shari’a. Khezr descubre precisamente a Moisés la
verdad secreta, mística (haqiqa) que transciende la shari’a; por consiguiente, también el espiritual que tiene
a Khezr por iniciador inmediato se encuentra emancipado de la religión literal.
Si consideramos que, al identificar a Khezr con Elías, el ministerio de Khezr
se encuentra igualmente relacionado con el ministerio espiritual del Imam, nos
damos cuenta de que nos encontramos ante uno de los fundamentos escriturarios
en que se apoya la aspiración más profunda del shiísmo. Además, la preeminencia
de Khezr sobre Moisés, sólo deja de ser una paradoja si se la considera desde
este punto de vista; de lo contrario, Moisés seríaciertamente uno de los seis
profetas preeminentes a los que se ha encomendado la misión de revelar una
shari’a, mientras que Khezr sería sólo uno de los ciento veinticuatro mil nabis
a que hacen referencia nuestras tradiciones.
Su
genealogía terrestre plantea, desde luego, un problema que se resiste a todas
las tentativas del historiador. Algunas tradiciones le consideran descendiente
de Noé, en la quinta generación. En cualquier caso, estamos más lejos que nunca
de la dimensión cronológica del tiempo histórico; es necesario pensar los
acontecimientos en el ‘alam al-mithal, de lo contrario jamás encontraremos
justificación racional al episodio coránico en el que Khezr- Elías se encuentra
con Moisés como si de su contemporáneo se tratara. El acontecimiento participa
de un sincronismo distinto, cuya temporalidad cualitativa propia ya hemos
señalado. Además, ¿cómo seguir a Khezr por las huellas de la historia? en el
episodio más característico de su trayectoria? Se dice de él que ha alcanzado
la Fuente de la Vida, ha bebido el Agua de la Inmortalidad y, por consiguiente,
no conoce la vejez ni la muerte. Es el «Eterno Adolescente». Por tal motivo,
sería preferible pronunciar Khadir -en lugar de Khezr en persa, Khidr en árabe-
y explicar, de acuerdo con L. Massignon, el significado de su nombre como «el
que verdece». En efecto, se encuentra asociado con todos los fenómenos de
verdor de la Naturaleza, lo que no significa que deba hacerse de él un «mito de
la vegetación». Ello carecería de significado, a menos que se presuponga el
modo propio de percepción del fenómeno que implica precisamente la presencia de
Khadir. Y es ese modo de percepción lo que constituye el centro del problema;
modo de percepción que es, además, inseparable de la preeminencia excepcional, a decir verdad todavía
inexplicada, del fenómeno del color verde. Éste es el color litúrgico y
espiritual del Islam, es el color de los Alíes, es decir el color shiíta por
excelencia.
El
gran sufi iraní Semnani (siglo XIV) elabora una fisiología sutil cuyos centros
están respectivamente tipificados por
«los siete profetas de tu ser». Cada uno de ellos tiene su color propio, y
mientras que el centro sutil del arcano, «el Jesús de tu ser», tiene por color
al negro luminoso (aswad nurani, la «luz negra»), el centro supremo, el
«misterio de los misterios», el «Muhammad de tu ser», tiene como color el
verde. No es posible, en los límites de esta introducción, profundizar en las
razones por las cuales Khezr y Elías ora son asociados formando una pareja, ora
son identificados entre sí. Las tradiciones shiítas (especialmente algunos
diálogos con el V Imam, Muhammad Baqer) apuntan algunos datos concernientes a
las figuras de Elías y Eliseo.
Lo
que quisiéramos resaltar aquí respecto a la figura de Khezr. Elías como
iniciador a la verdad mística que emancipa de la religión literal, es el lazo
que establecen estas tradiciones con la persona del Imam. Es necesario leer
algunos de los sermones atribuidos al I Imam para comprender qué es el shiísmo:
hay una fuerza incomparable en el hechizo del Verbo profético, en su lirismo
fulgurante. Si se ha puesto en duda la historicidad, en el sentido corriente de
la palabra, de estos sermones, esta duda no es quizá más que el reflejo profano
de la impresión experimentada bajo el efecto de estas predicaciones que parecen
transmitir más bien el Verbo de un Imam eterno y no las palabras de una
personalidad empírica e histórica. En todo caso, existen, y su significado es
muy distinto al de esa reivindicación política legitimista a la que se ha
intentado reducir el shiísmo, olvidando que se trata de un fenómeno religioso y
que tal fenómeno es un dato primordial e inicial (como la percepción de un
color o de un sonido) y que no se lo «explica» haciéndolo derivar causalmente
de algo distinto. En uno de esos sermones en que el shiísmo demuestra su
aptitud para abarcar el sentido secreto de todas las revelaciones, el Imam
enuncia los nombres con que ha sido sucesivamente conocido por todos los
pueblos, tanto por aquellos que tienen un Libro revelado (ahl al Kitab) como
por los demás. Dirigiéndose a los cristianos declara: «Yo soy aquel cuyo
nombre, en el Evangelio, es Elías». He aquí, pues, que el shiísmo, en la
persona de su Imam, se proclama testigo de la Transfiguración, de la
metamosphosis; el encuentro de Moisés con Elías-Khezr como su iniciador, en la
sura XVIII, tiene por antitipo el encuentro de Moisés con Elías (es decir, el
Imam) sobre el monte Tabor.
Esta
tipología es de una extraordinaria elocuencia en cuanto a la orientación de la
conciencia shiíta. Sería fácil reunir testimonios semejantes que trastocarían
por completo, si les prestásemos atención, las ideas corrientes sobre las
relaciones entre el Cristianismo y el Islam cuando no se entra en mayores precisiones.
¿QUÉ
SIGNIFICA SER DISCÍPULO DE KHEZR?
¿A
qué acto de conciencia corresponde el hecho de reconocerse discípulo de Kherz?
Hemos sugerido ya que la cuestión así planteada permite disipar de antemano el
dilema que podría formularse en estos términos: ¿estamos ante un arquetipo o
ante una persona real? Se aprecia fácilmente la importancia de responder en uno
u otro sentido. Si, de acuerdo con la psicología analítica, se concluye que se
trata de un arquetipo, se despertará el temor de que la realidad del personaje
se desvanezca en un esquema de la Imaginación, si no del entendimiento.. Por el
contrario, si se lo entiende como una persona, no será posible determinar la
diferencia estructural entre la relación de Khezr con su discípulo y la que
pueda tener cualquier otro sheij de este mundo con el suyo. En este caso, la
persona de Khezr, numéricamente una, queda confrontada con la pluralidad de los
discípulos, en una relación que difícilmente concuerda con el sentimiento
íntimo de «el único con el Único». En suma, estas respuestas no son adecuadas
al fenómeno de la persona de Khezr. Hay tal vez otra vía para llegar a la
comprensión del fenómeno tal como se da entre los sufis. Parece justo que sea
Sohravardi quien nos la indique, pues su intención armoniza perfectamente con
la de Ibn ‘Arabi. En uno de los relatos de Sohravardi que podemos considerar de
«autobiografía espiritual», el titulado «El Arcángel Purpúreo», el místico es
iniciado en el secreto que permite franquear la montaña de Qaf, es decir, la montaña
cósmica, y alcanzar la Fuente de la Vida. Se asusta al pensar en las
dificultades de la empresa, pero el Ángel le dice: «Ponte las sandalias de
Khezr». Y, para concluir: «Aquel que se bañe en esta fuente quedará preservado
para siempre de toda mancha. Quien haya encontrado el sentido de la Verdad
mística, ha venido a esta fuente. Cuando sale de ella ha conseguido la
capacidad que le hace semejante a ese bálsamo del que una gota depositada en la
palma de la mano, colocada al sol, la traspasa. Si eres Khezr, también tú
puedes franquear sin dificultad la montaña de Qaf».
Y el
«Relato del exilio occidental» describe el viaje que conduce a la cima de la
montaña de Qaf, al pie de la Roca esmeralda, el Sinaí místico, allí donde mora
el Espíritu Santo, el Ángel de la humanidad, al que el filósofo identifica en
este mismo relato con la «Inteligencia agente», en la base de la jerarquía de
las Inteligencias querubínicas. Es necesario prestar especial atención al
elemento esencial de la respuesta: «Si eres Khezr...». Esta identificación está
en concordancia con el sentido que, como enseguida veremos, da Ibn ‘Arabi a la
investidura del «manto» de Khezr, de acuerdo con el significado general de este
rito, cuyo efecto es la identificación del estado espiritual de quien recibe la
investidura con el estado espiritual del que la confiere.
Lo
que así se propone es el sentido que debe darse al hecho de ser discípulo de
Khezr. Ahora bien, si, pòr una parte, la persona de Khezr no se reduce a un
simple esquema-arquetipo, por otra, la presencia de su persona es sin duda
experimentada en una relación que hace de ella un arquetipo; para que
fenomenológicamente esta relación se muestre, es necesaria una situación que le
corresponda en los dos términos que la fundamentan. Esta relación implica que
Khezr sea experimentado simultáneamente como persona y como arquetipo, como
persona-arquetipo. Por ser un arquetipo, la unidad y la identidad de la persona
de Khezr se concilia con la pluralidad de sus ejemplificaciones en aquellos que
a su vez son Khezr. Tenerlo como maestro e iniciador es tener que ser lo que él
mismo es, Khezr es el maestro de todos los sinmaestro, porque muestra a todos
aquellos de los que es maestro cómo ser lo que él mismo es: aquel que ha
alcanzado la Fuente de la Vida, el Eterno Adolescente, es decir, como lo
precisa el relato de Sohravardi («Si eres Khezr...»), aquel que ha alcanzado la
haqiqa, la verdad mística esotérica que domina la Ley y emancipa de la religión
literal. Khezr es el maestro de todos ellos porque muestra a cada uno cómo
alcanzar el estado espiritual que él mismo ha alcanzado y tipifica. Su relación
con cada uno es la relación de lo ejemplar o la ejemplaridad con quien la
ejemplifica. Así puede ser a la vez su propia persona y un arquetipo, y es
siendo lo uno y lo otro como puede ser el maestro de cada uno, pues se
ejemplifica tantas veces como discípulos tiene, siendo su función la de revelar
cada uno a sí mismo.
Fuente:
Fundación Cultural Oriente