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Desde este espacio los invitamos a pensar, tanto los acontecimientos políticos como las producciones filosóficas y espirituales de nuestro continente y del Mundo Islámico, más allá de los presupuestos ideológicos a partir de los cuales se construye "la realidad" desde los medios masivos de comunicación y de los que se nutren, también, las categorías de análisis de buena parte de la producción académica.

Esperamos sus aportes.

domingo, febrero 07, 2010

Guardianes del Islam



Prólogo a la Edición castellana de “Guardianes del Islam” de Malika Zeghal

La cristianización es el proceso ideológico y el resultado cultural de la colonización occidental. Cómo podría ser de otro modo: “Europa”, ”Occidente”, son términos sólo modernamente secularizados de lo que durante siglos se autodenominó como la Cristiandad, ámbito que a su vez heredaba la estructura de poder conocida como Imperium Romanum.

Cristiandad, cristianización incluso más allá del tiempo en que la religión como tal constituía el discurso central de la identidad y la expansión europeas. Si la modernidad que se dice iniciada en el S. XVIII cambió “radicalmente” las cosas en Europa, poca diferencia se advertía desde la perspectiva del colonizado. Sin duda los hombres blancos habían cambiado los nombres de sus cosas: el libro que obligaban a reverenciar ya no se llamaba “Evangelio” sino “Enciclopedia”, la misteriosa sabiduría secreta de la que se decían portadores y que justificaba que se convirtieran en señores de vidas y tierras no era de pronto “La Palabra de Cristo”, sino “La Civilización y el Progreso” (Bismarck). Pero estos cambios- que en Europa se decían “liberadores”- desde el punto de vista del colonizado no significaban sino formas más potentes más efectivas de opresión, del mismo modo que se habían ido cambiando las espadas por los fusiles o las goletas por los acorazados.

El mito de que la modernidad “racionalista” liquidó al cristianismo sólo es creíble desde dentro de occidente. El nuevo “progreso”, incluso eso que los primeros socialistas llamaban “La Ciudad Futura”, eran sólo reediciones, en el fondo, de la creencia en la Parusía mesiánica. Lo cristiano es una mentalidad, no determinados rituales dominicales: una mentalidad del presente sufriente y de su redención al final de una historia única y lineal.

Las huellas ideológicas de la colonización son más evidentes para el observador occidental en determinadas zonas del mundo conquistado que en otras. Por ejemplo no se duda generalmente de la dura occidentalización experimentada por el continente americano, donde la mayoría de la gente habla hoy lenguas europeas, vive, viste y bebe a la europea. O por las sociedades industriales del este asiático, como Japón, Corea, Singapur, que parecen haber abrazado el “capitalismo” con tanta fuerza.

Sin embargo en otras áreas del mundo, igualmente conquistadas, los efectos de la colonización pasan más desapercibidos al analista europeo. Es el caso del mundo budista y, lo que nos interesa tratar aquí, del mundo musulmán. A diferencia de los americanos, los musulmanes parecen haber conservado sus viejas instituciones en pie, los alminares intactos, las lenguas autóctonas plenamente vivas. Tal parece que la colonización europea- pues los libros de historia dicen que la hubo- se redujo en el ámbito de Dar al Islam a un período más o menos largo de ocupación militar, su tragedia reducida a los atropellos de La Legión Extranjera. Los europeos más agudos llegan en todo caso a advertir huellas de lo colonial en la composición actual de las “burguesías locales”, en el surrealismo trazado de fronteras o en las rutas de dependencia económica con determinadas metrópolis del norte.

No obstante la colonización, la cristianización del mundo musulmán no ha sido más suave que en otras regiones del planeta. ¿Por qué no “se nota” desde occidente? Habría varias razones.

La principal es la falta evidente de un discurso occidental sobre Occidente en otros términos que la autoestima y la conciencia de supremacía cultural (las excepciones son aisladas, “malditas”: Nietzsche, Genet…). El mundo colonizado devuelve a la satisfecha Europa una imagen atroz de sí misma que pocos ojos “europeístas” se atreven a mirar de frente. Más sencillo, y más tranquilizador, es adjudicar a la propia idiosincrasia de los colonizados (a lo que todavía tienen de no occidentales) las causas de las terribles condiciones en que se encuentran. Así, para la mayoría de los europeos, el mundo musulmán tiene en el “Islam” las raíces de su opresión, del mismo modo que para tantos anglosajones de Norteamérica a los latinoamericanos les brotan los Pinochets y los Trujillos por culpa de su sanguinaria y machista cultura “latina”.

El caso del mundo musulmán es además diferente. “Rehabilitar” a los indios de las praderas de Norteamérica, reconocer por ejemplo que su práctica de arrancar cabelleras -durante siglos prueba palpable de su crueldad congénita- fue introducida por los europeos en el contexto de la guerra entre franceses e ingleses en Canadá, es inocuo desde el punto de vista de los intereses de Occidente: los indios de Norteamérica ya no son una fuerza efectiva de resistencia, ya no pueden hacer frente a los hombres blancos. El mundo musulmán es todavía hoy un terreno inestable para el sistema mundial de dominación. Desde el Uiguristán (Sinkiang chino) hasta el Magreb, pasando por el Cáucaso o por os musulmanes afroamericanos, el Islam sigue siendo una fuente de problemas. La socióloga del CNRS francés Françoise Lorcerie resumía así no hace mucho lo que venía a significar el Islam para sus compatriotas: “El Islam, religión resistente, religión no desarmada, religión de los no europeos…”. No interesa pues proclamar lo que de colonial tienen muchas prácticas que hoy se adjudican a las raíces de la cultura islámica (por ejemplo los castigos físicos en los países del Golfo, herederos directos de la legislación colonial británica).

La cristianización del Islam se ha producido, y de manera muy intensa. A ella han contribuido no sólo el arsenal colonial de los principales países del norte, sino una formidable maquinaria ideológica que Europa ha estado puliendo desde el Renacimiento y que se ha venido denominando comúnmente “Orientalismo”. Sólo en las postales coloniales “Oriente” permanece intacto.

¿En qué ámbitos se ha producido esta cristianización? Podríamos distinguir metodológicamente dos planos: el de los contenidos y el de las estructuras. Veámoslos un poco en detalle.

Los contenidos de la cultura islámica han sido profundamente alterados en estos últimos siglos. Es cierto que lenguas como el árabe siguen vivas, pero si alguien se acerca con unos mínimos conocimientos lingüísticos al árabe moderno- o al conjunto de dialectos que hoy representan a esta lengua- y lo compara con el árabe precolonial, advierte enseguida formidables mutaciones. El árabe ha sido totalmente resemantizado. O dicho en otras palabras: el vocabulario se ha reducido notablemente, la mayoría de las palabras han perdido su significado original, sus polisemias y sus oposiciones funcionales. Es un hecho fehaciente – señalado ya por Al Afghani- que cualquier árabo paralante de hoy no puede ya leer el Corán sin la ayuda de una ayuda abreviada que le aclare la mayoría de las palabras. Y esto no porque se haya producido una evolución lingüística normal, sino porque la semántica del árabe moderno es una semántica colonial, misionera. (…)

La resemantización –conservar la forma de las palabras pero sustituir su significado- es el proceso normal de la colonización cultural. Entre el quechua prehispánico y el peruano castellano parlante de hoy hubo un estadio en que Pachacamac se convirtió en “Nuestro Señor Jesucristo” y Viracocha en “el Diablo”. El colonizado llegó así a sentir su propia lengua como tosca, inservible – servía para expresar los mismos conceptos que la lengua que los colonizadores pero con mayor incoherencia- y el proceso de abandonarla se le presentó de pronto como algo necesario.

Tomemos un ejemplo concreto del universo musulmán. El zakat es uno de los llamados “pilares del Islam”. Originalmente – hasta el siglo XIX- supone un sistema de solidaridad económica, una especie de fondo o bolsa común de cada comunidad musulmana concreta para hacer frente a las necesidades colectivas o individuales de sus miembros. Contribuir a este fondo o reclamar una parte de él eran igualmente formas de “ejercer el zakat” – si no sólo a los ricos les sería dado poder cumplir los cinco pilares del Islam.

En el mundo occidental no había nada comparable al zakat (…). La actividad misionera y orientalista vació el zakat de su contenido, entre otras cosas porque no se permitían economías horizontales en el nuevo sistema de explotación colonia, y lo rellenó con el de la “limosna” cristiana. Hoy es la explicación que da cualquier orientalista: “el zakat, la limosna musulmana”.

¿Qué ha sucedido desde entonces? Que hoy el zakat está reducido a las piastras de bolsillo que se dan al indigente que se sienta en la puerta de la Mezquita los viernes (…). No queda el viejo concepto, pero queda su vacío: es una conciencia general entre los musulmanes de hoy que el zakat se ha perdido. Los arabistas occidentales no han notado nada.

La cristianización ha afectado también decisivamente a las estructuras del mundo musulmán. En el Islam no hay “clero” ni nada que se le parezca. Alfaquíes, ulemas, qadíes, imames (o “imanes”, como escriben con tanto magnetismo algunos articulistas) y otras palabras autóctonas que los europeos confundimos entre sí de la manera más caótica y que nos sirven todas para imaginar a los terribles savonarolas de la medialuna, representan realidades sociales y profesionales totalmente diversas y alejadas de la función sacerdotal que conocemos los que nos hemos educado en el mundo cristiano. Confundirlas, hacerlas equivaler y pretender que vienen a significar “sacerdote” es un acto de lesa ignorancia (…).

Que en el Islam no ha habido algo que se pueda asociar con un “clero” lo reconocen en occidente hasta orientalista tan poco amigos del “relativismo cultural” como Bernard Lewis. Sin embargo desde la época colonial el Islam ha sufrido fuertes presiones para convertirse en una “Iglesia”. Las autoridades coloniales necesitaban “un pastor mahometano”, una “autoridad espiritual” de los súbditos musulmanes al que requerir y controlar del mismo modo que había un Obispo cristianos, un gran Rabino de los judíos, o del mismo modo que nombraron reyezuelos en África y Oceanía.

Es fruto de estas alteraciones impuestas el que aparezcan en estos dos últimos siglos “centros de verdad canónica” en el mundo musulmán. Los estudiosos del Corán, una tarea que tenía más que ver con la filología que con el sacerdocio, fueron paulatinamente profesionalizados y convertidos en predicadores de lo correcto y lo incorrecto. El “hacer de Imam”, originalmente una actividad ocasional de cualquier musulmán o musulmana pues implica simplemente adelantarse un poco del resto para sincronizar los pasos del salat colectivo, acabó transformándose en una tarea funcionarial. En las modernas dictaduras del mundo musulmán sólo puede hacer de Imam el que posea un certificado escrito del gobierno, y éste certificado no se obtiene evidentemente por un mayor o menor conocimiento de los contenidos del Islam, sino por la adhesión incondicional del individuo a la política vigente.

Que estos nuevos “sacerdotes” del Islam –pues su función es esta- tienen sus orígenes en la superposición de los valores occidentales sobre estas sociedades, se puede rastrear hasta en la historia personal de algunos individuos. Nada menos que la dirección del Departamento de Cultura Islámica de Al-Azhar (…) fue ofrecida a principios de los ’60 al doctor Hammudah Abdalati, cuyo currículum académico consistía en ser “M.A. in Islamic Studies from McGill University” y “Ph, D. in Sociology from Princeton University”. Las universidades americanas han formado a muchas otras autoridades del Islam contemporáneo, desde la cúspide de la “Alianza Mundial Musulmana” de Arabia Saudí hasta el equipo rector de la Universidad Islámica de Córdoba.

Todas estas “autoridades” garantizan desde luego un Islam eclesiástico, dogmático, jerarquizado, fascinado por occidente, perfectamente encajable en el “ecumenismo” de las iglesias cristianas contemporáneas. Un Islam que soslaya el estudio de los pensadores críticos de la era precolonial y que se mueve como pez en el agua entre una cantidad inagotable de pequeños y lamentables “catecismos” – en la forma y el contenido- que un autor iraní describía en cierta ocasión de la siguiente manera: “Estos libritos están escritos para obtener la guía del mundo musulmán, son normalmente poco voluminosos, llenos de consejos y de argumentos infantiles y con falsas extrapolaciones del Corán o de los hadices que les sirven de apoyo”.

Al-Azhar constituye hoy un ejemplo sangrante de todo lo que acabamos de exponer. Antiguo centro plural de debate y estudios sobre el Islam, heredero de esa confluencia África – Asia que ha constituido desde siempre una de las mayores riquezas de la cultura del Bajo Egipto, hoy es una “Universidad” en el más rígido sentido del término, en un lugar monolítico con una sola opinión oficial, correcta, que se presenta como sunní (…).

La historia reciente de Al-Azhar es del mayor interés para entender las alteraciones que se están produciendo en el universo musulmán. Está todavía por escribirse un panorama general y coherente del gran proceso de aculturación que hemos esbozado en estas líneas. Ni los orientalistas occidentales ni sus nuevos alumnos musulmanes de las “islamic universities” están interesados en hacerlo (…). En definitiva hay dos caminos: profundizar en los estereotipos francamente racistas al uso sobre un mundo musulmán ominoso y cerrado, o estudiar sin prejuicios cuál ha sido la tragedia moderna de estas sociedades (…).

Miguel Peyró.

Sevilla, primavera 1997.

Libro: Guardianes del Islam

Autor: Malika Zeghal

Edicions Bellaterra – Barcelona - 2000