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Desde este espacio los invitamos a pensar, tanto los acontecimientos políticos como las producciones filosóficas y espirituales de nuestro continente y del Mundo Islámico, más allá de los presupuestos ideológicos a partir de los cuales se construye "la realidad" desde los medios masivos de comunicación y de los que se nutren, también, las categorías de análisis de buena parte de la producción académica.

Esperamos sus aportes.

domingo, enero 30, 2011

La democracia en los países árabes




La cuestión de la democracia en los países árabes

Gema Martín Muñoz


Si bien la primera encarnación del Estado-nación en el mundo árabe, desarrollado durante la primera mitad del S. XX, se realizó dentro del sistema político liberal y estuvo marcada por la puesta en marcha del sistema parlamentario, la emergencia de partidos políticos, el enorme desarrollo de la prensa y la secularización de las elites, la proyección de tal sistema político en ciertos lugares (Egipto, Siria, Irak) no fue capaz de afrontar las múltiples dificultades políticas, culturales y materiales existentes y fracasó en su misión de cohesionar la sociedad en torno al nuevo proyecto nacional.

A la injerencia permanente de París y Londres, se unió el hecho de que las fuerzas políticas liberales de la época pertenecían todas a un mismo sistema de valores jerarquizado, paternalista y conservador, que eludió siempre la reforma socioeconómica, y no logró acreditar el sistema político representativo ante los ciudadanos. Sus elites convirtieron al Estado liberal árabe en “una adoración de la forma” y no lo dotaron de los instrumentos capaces de cubrir el desfase inicial que suponía aplicar un sistema político a una sociedad árabe que no le había originado.

Asimismo, aunque durante este período el mundo árabe gozó de un gran dinamismo intelectual, con el que se suscitaron intensos debates y se difundieron nuevas ideas y actitudes, de las cuales aún es tributaria buena parte de la intelligentsia árabe secularizada, de hoy día, también es cierto que esa actividad se limitó a las grandes ciudades y que esos intelectuales conquistados por los dioses de Occidente, e indiferentes al patrimonio cultural islámico estaban completamente desconectados del pueblo.

Todo ello condujo al desencanto de las poblaciones por la democracia liberal y favoreció por una parte, el desarrollo de nuevas propuestas políticas-ideológicas (la islamista, a través de la Asociación de los Hermanos Musulmanes, continuadora de la tendencia reformista musulmana y la socialista), y por otra, una progresiva dinámica de afirmación nacional impulsada por una nueva generación de elites pequeñoburguesas de origen rural que, en el seno del ejército, crearon células clandestinas de jóvenes oficiales contrarios a los corruptos regímenes liberales. Todo ello cristalizó en sucesivos golpes militares que dieron paso al Estado nacionalista, arabista y socialista.

Las revoluciones nasserista, baasista, libia, argelina… se consideraron la encarnación de la voluntad popular y sus dirigentes reunieron, junto a la legitimidad histórica de ser “padres de la patria y la nación”, la que se derivó de su condición de protectores que aportaban a los ciudadanos todas las necesidades socioeducativas, a la vez que prometían lograr el desarrollo y la modernización.

La derrota de 1967 ante Israel significó el comienzo del declive de este modelo nacionalista panárabe, que había proclamado la cuestión palestina como su primera causa. Asimismo, fue el comienzo de un período en el que, a diferencia del anterior, salpicado de cambios revolucionarios y golpes de estado, se impuso un statu quo que, salvo sobresaltos que serían superados con una férrea represión, permitió a los regímenes perpetuarse sin transformar la esencia patrimonialista de su poder.

Si bien en ese punto de inflexión de la historia árabe contemporánea tendría lugar el resurgimiento del Estado liberal bajo fórmulas muy diversas, éste se concretó básicamente en términos económicos y apenas en los políticos, bloqueando, de hecho, la emergencia de nuevas elites con capacidad de integración en la res publica. Asimismo, la estabilidad del régimen se confundió con la del Estado, de ahí que el desarrollo sociopolítico y económico de la población quedara subordinado a los intereses de una minoría gobernante sin que existan en la actualidad señales claras de un cambio.

En conclusión, si bien el mundo árabe adoptó rápidamente y sin dificultades las formas estructurales del Estado y la burocracia siguiendo el estilo europeo, ello no significó que interiorizase con la misma facilidad y rapidez el concepto mismo del Estado, su ética del servicio público y de la acción colectiva o la idea de libertad vinculada al desarrollo del Estado moderno, tal y como establecían los pensadores europeos en los que se inspiraron. Por el contrario, el Estado árabe iba a ser sobre todo “cuerpo y músculo con poco espíritu y mente, y sin teoría de la libertad. Es poderoso en su aparato coercitivo pero en conjunto es débil porque le faltan los necesarios apoyos morales, ideológicos y educativos[1]”. La democracia entendida como una institucionalización y una legitimación de la oposición al poder establecido que podría desembocar en su sustitución de manera pacífica a través del arbitraje de los electores, es un proceso que, en efecto, ha tenido lugar escasamente hasta hoy día en la geografía árabe. Pero, como acabamos de constatar, la explicación de ese déficit se encuentra en causas externas (injerencia exterior, creación colonial de Estados artificiales, instrumentalización de las minorías…) e internas (por constitución anómalas de las elites, por los factores nacionales de cohesión- y desconexión- por el papel del ejército, por el autoritarismo nacionalista del Estado rentista, por el fracaso del modelo socialista…).

De ahí que deba discreparse radicalmente del análisis culturalista que con frecuencia nutre las tesis sobre la cuestión de la democracia en el mundo árabe y musulmán. De una manera u otra, esas teorías tienden a explicar el déficit de democracia en esos Estados por supuestos “defectos congénitos” atribuibles a los árabes y al islam. Es decir, por factores inherentes, inmutables y determinantes de la cultura árabe y/o islámica predominante en la región y no por experiencias históricas y factores sociopolíticos y estratégicos modificables. Abundan las teorías basadas en el presupuesto de la incapacidad de fundar la democracia en una cultura política que se considera determinada por el “sultanismo” o a vivir anclada en la utopía de un Estado islámico.; o porque se considera que el principio de libertad no puede arraigar en esas sociedades dado que en la tradición islámica ha prevalecido el principio de justicia, o porque se considera que el comunitarismo prevalecerá indefectiblemente sobre el individuo. En lugar de contextualizar históricamente el proceso político árabe siguiendo su evolución a lo largo de todo el S. XX, se atribuye globalmente al islam todo lo que ocurre en estas sociedades, presuponiendo un islam determinista. Como señala el libanés George Corme[2] no existe un homo islamicus específico desgajado antropológicamente del resto de la humanidad, ni el islam debe entenderse como sujeto y fuente absoluta de la historia y el devenir árabes, así como tampoco es justo y aceptable afirmar que la expresión “demócrata árabe” es “una contradicción terminológica”, como opina el profesor norteamericano David Pryce-Jones[3].

Con dichas teorías, se convierte en “excepción árabe-islámica” lo que, de hecho, es una realidad que afecta a muchas otras áreas de la geografía mundial, sobre todo en aquellas regiones que han experimentado un proceso colonial (en Asia, América Latina, África subsahariana…), pero donde, sin embargo, el investigador recurre a otros instrumentos científicos más legítimos que derivan de la sociología, la antropología, la ciencia política etc.

La imperfecta configuración democrática del Estado moderno en el mundo árabe, sin renunciar a tener en cuenta las particularidades propias de la región y de su cultura, como se ha analizado más arriba, no es consecuencia de una “predestinación tribal árabe, o religiosa islámica” sino más bien el resultado de su carácter importado y reciente, y, como en muchas partes del “Tercer Mundo”, de su aplicación en sociedades en muchos casos segmentadas y poco estructuradas que no han contado con un proceso lo suficientemente largo y estable para interiorizar su nueva construcción nacional.


MARTÍN MUÑOZ, Gema. El Estado Árabe. Edicions bellaterra. Barcelona. 1999. Pp 183-186



[1]Abd Allah Larui, La crise des intellectuels arabes. París, 1974. P. 149
[2] « Perspectives democratiques au Machrek » en R. Bocco y M. R. Djalili, Moyen-Orient : migrations, democratisations, mediatisations, París, PUF, 1994, pp. 118-119
[3] The closed circle : an interpretation of the Arabs, New York, Harper & Roww, 1989, p. 406