Paz, partición y paridad
Ilan
Pappe
La
historia muestra que Israel es un país colonialista y los palestinos un pueblo
en lucha contra esa colonización. Volver a llamar a las cosas por su nombre es
la única forma de colaborar en la reconciliación.
En
Givat Ram, la colina de Ram, que se levanta en la parte occidental de la ciudad
de Jerusalén, han construido la sede de varios ministerios, la Knesset, algunas
secciones de la Universidad Hebrea y el Banco de Israel. En el verano de 1963,
un grupo muy poco convencional de estudiantes se matriculó en un curso, también
muy poco convencional preparado por el Departamento de Ciencias Políticas de la
Universidad Hebrea. Dicho curso, patrocinado por el CoGS (Chief of the General
Saff), tenía como objetivo principal adiestrar al Ejercito en el control de
Cisjordania cuando —llegado el momento— se ocupara militarmente. El plan —cuyo
nombre en clave era Shaham— dividía a Cisjordania en ocho distritos con el fin
de facilitar la aplicación sobre ellos de una normativa estrictamente militar.
Detrás de este plan se hallaban los miembros de la sección legal del Ejército,
algunos profesores de la Universidad Hebrea y unos cuantos oficiales del
Ministerio del Interior. En mayo de 1967 el mencionado plan se puso en marcha permitiendo
que los respectivos gobernadores militares de cada uno de estos ocho distritos
pasaran a ser lo que el coronel Elimech Avner no tuvo reparos en calificar como
“monarcas absolutos” pues, desde el principio, no dudaron en aplicar las
regulaciones de la normativa militar enteramente a su gusto. Por cierto, muchas
de estas regulaciones habían sido introducidas durante el mandato británico y
—en aquella época— habían sido calificadas como “nazis” por los propios líderes
sionistas. Una de ellas, la 110, permitía a los gobernadores detener y llevar a
comisaría a cualquier ciudadano palestino que el gobernador considerara
molesto, o la 111, que permitía un arresto administrativo que como tal arresto
podía prolongarse durante un periodo ilimitado sin necesidad de dar explicación
alguna o ni siquiera juicio. Claro que cuando lo había tampoco les servía de
mucho pues los jueces eran todos militares y no disponían de formación legal.
Por otra parte, los tribunales estaban formados por uno, dos o tres jueces y,
este último, tenía la potestad de condenar a muerte o de aplicar la cadena
perpetua. Resumiendo: lo que las sucesivas generaciones de gobernadores
israelíes pusieron en marcha gracias a estas regulaciones fue la mayor prisión
conocida hasta entonces en todo el mundo, una prisión que encerraba a más de un
millón y medio de personas —hoy casi cuatro— que intentaban sobrevivir dentro
de sus muros.
Esta
inhumana decisión de condenar de por vida a tantos seres humanos fue tomada por
el Gobierno israelí número 13 en pleno y representa el máximo consenso logrado
nunca entre todos sus componentes: desde los socialistas del MAPAM a los
revisionistas de Menájem Beguin o las distintas facciones de los laboristas
sionistas: lo que toda esta gente decidió entre junio y agosto de 1967 se
convirtió en la piedra angular del devenir histórico de Israel y no se
tambalearía ni con la primera ni con la segunda Intifada, el proceso de Oslo o
la Cumbre de Camp David en 2000. Y debido a que la decisión tomada entonces
refleja perfectamente la visión sionista del presente y del pasado de Palestina
como la de un Estado exclusivamente judío, la única forma en que podríamos
desafiarla es cuestionando la validez de la ideología sionista. Esta ideología
defiende sobre todo dos principios esenciales: el esfuerzo de controlar al
máximo la Palestina histórica y el de reducir —también al máximo— la población
palestina. O dicho de otra forma: se trata de conseguir el máximo de tierra con
el mínimo de gente (palestina).
El
plan fue dividir Cisjordania en ocho distritos sometidos a una normativa
militar
En
el año 1948 se consiguieron —casi— los dos objetivos. Esta victoria fue el
resultado de una serie de circunstancias históricas y —cómo no— de una victoria
en toda regla sobre las muy mal pertrechadas tropas palestinas. Como resultado
de esta victoria, la mitad de la población palestina tuvo que salir huyendo, la
mitad de sus ciudades y aldeas quedaron destruidas y el 80% de la Palestina
histórica fue ocupada por el Estado Judío de Israel. Testigos de ese drama: la
comunidad internacional, los representantes de la Cruz Roja, de la prensa
occidental y el personal de las Naciones Unidas. Pero Occidente no parecía
tener demasiado interés en saber lo que estaba pasando: sus élites políticas
decidieron ignorar los informes en el mismo momento en que la comunidad
internacional empezaba a considerar la colonización como una práctica
inaceptable propia de tiempos pasados.
No
en el caso de Palestina: el mensaje transmitido por nuestro muy civilizado Occidente
fue claro: la desposesión de los palestinos y la práctica ocupación de la
totalidad de su territorio era no solo legítima, sino también aceptable. En
cuanto a Israel, casi la mitad de los ministros presentes en las reuniones
previas y posteriores a la guerra de 1967 eran veteranos de la limpieza étnica
practicada en Palestina en 1948, antes de la creación del Estado de Israel.
Algunos incluso formaban parte del pequeño comité que tomó la decisión de
expulsar a casi un millón de palestinos, destrozar sus ciudades y pueblos e
impedir por todos los medios su regreso. Otros, incluso, habían sido los
generales u oficiales de la maquinaria militar que llevó a cabo estos
crímenes…; todos ellos pensaron que en 1967 volverían a tener carta blanca, que
podrían volver a aplicar la misma limpieza étnica que tan buenos resultados les
había dado en 1948, pero…
No
pudo ser debido, sobre todo, a dos buenas razones. La primera se refería a la
tierra, ya que, según la Ley Internacional, Cisjordania y la franja de Gaza
eran territorios ocupados; la segunda, a la población: si no conseguían
expulsar a todos los palestinos tampoco aceptarían su integración.
Una
prisión al aire libre era no solo una gran idea sino también la mejor solución
del conflicto
Estas
dos “buenas razones” llevadas al terreno de la práctica dieron lugar a una
realidad inhumana: la invención de un tipo nuevo de prisión o panóptico que
—según la descripción realizada por el filósofo Jeremy Benthan— se trataría de
una prisión diseñada para permitir que los guardias vieran a los prisioneros
pero los prisioneros nunca los vieran a ellos. Es decir: en 1967 la decisión
tomada por el Estado sionista de Israel fue la de encarcelar de por vida a los
habitantes de Cisjordania y de la franja de Gaza en algo parecido a un
panóptico, una enorme prisión al aire libre impuesta sobre la población en su
conjunto y no sobre unos supuestos culpables. Esta prisión al aire libre
permitía desde luego cierta libertad de movimientos siempre —eso sí— bajo el
control directo e indirecto de Israel que, a partir de entonces y —como había
hecho siempre Occidente— puso a funcionar su especial lavadora de palabras con
la ayuda de los medios de comunicación y de la universidad intentando convencer
al mundo entero de que una prisión al aire libre era no solo una gran idea sino
también la mejor solución del conflicto.
Los
héroes, o más bien los villanos de esta historia, fueron todos aquellos
israelíes que perfeccionaron los detalles de esta maquiavélica treta, pero
también aquellos que a lo largo de estos años la pusieron en práctica abusando,
humillando y destruyendo las vidas y los derechos de todo un pueblo y que
fueron y siguen siendo esclavos de una burocracia diabólica: como guardianes de
esta enorme prisión la historia los hará responsables de abusar, deshumanizar y
destruir los derechos y las vidas de los palestinos. Desde esta perspectiva el
llamado Proceso de Paz, iniciado en 1970 y finalizado en 1993 con los acuerdos
de Oslo, sería otra de las tantas falsedades puestas en funcionamiento por los
interesados. Y son falsedades porque están basadas en la asunción de que todo
lo que se ve es susceptible de dividirse, desde la tierra y el agua a la culpa
o la historia.
Ha
llegado pues el momento de adoptar un nuevo lenguaje y decir las cosas como
son: Israel es en realidad un país colonialista y los palestinos un pueblo en
lucha contra esa colonización. Revindicar esa descolonización es ahora mucho
más relevante y urgente que eso que han dado en llamar “proceso de paz” y
reconquistar el lenguaje y volver a llamar a las cosas por su nombre la única
forma de colaborar con la reconciliación en beneficio de árabes e israelíes.
Ilan
Pappe es profesor del Instituto de
Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Exeter, director del Centro
Europeo de Estudios Palestinos y codirector del Centro de Estudios
Etno-Políticos (Exeter).
Traducción de Pilar Salamanca.
Fuente: Diario El País (España)