Mulla Sadrâ y Usûl Al-Kâfî
Extracto del Comentario de
Mulla Sadra al libro
Usûl Al-Kâfî de Muhammad
Ibn Ia‘qûb Al-Kulaînî
Traducido
del árabe por Shaij Feisal Morhell
En
el Nombre de Dios, El Compasivo, El Misericordioso, y a Él requerimos ayuda
Introducción
del Comentador
La
Alabanza sea para Dios, Cuya Majestad está infinitamente más allá de donde
se exponen las luminarias del pensamiento, Cuya Perfección
supera las luces de la
visión. Las percepciones e intelectos
son impotentes para comprender la
esencia de la perfección de
Su Sapiencia. Las lenguas de
los instruidos son incapaces de describir la majestuosidad de Su
Grandeza. Testimonio que no hay más
divinidad sino Él, el
Único, el Subyugador,
el que hace
Su voluntad, el
Excelso, el Omnipotente, Quien dispuso a los ángeles, entre
los cuales están los ejecutores de Sus mandatos, como medios
para manifestar Su merced y generosidad.
Envió a los Profetas y Mensajeros
para que
la gente se
guiara hacia el conocimiento
de Su Esencia y Generosidad. Es el sujeto en todo
lo percibido y razonado. Es la meta
de todo aquel que requiere y pide. Es Quien
otorgó la vida al universo y organizó los Cielos sobre las
Tierras. Regente de las causas
y cuestiones. Delimitador del tiempo y las épocas. Conocedor de lo que ocultan los corazones.
Resucitador de los que se encuentran en los sepulcros en el día en que sea tañida la trompeta y sea curvada la
bóveda celestial. Disponedor de las
tinieblas y las luces, y Revelador de la noche y el
día. Movilizador de
los astros en
sus órbitas, y
Ornamentador del cielo mediante la belleza de las
lunas y las estrellas. Ha infundido en cada uno
de los cielos su orden, mediante
la inspiración, la iluminación, la glorificación y la representación de los
puros ángeles, quienes están exentos
de las pasiones de las almas y
las bajezas de los perversos. (Esos
ángeles son) quienes están en alabanza noche y día. Eso a pesar de que
se encuentran por debajo de aquellos ángeles que actúan como velos (de la Presencia
Divina) que son los más cercanos (a
ella) y cuyo influjo está en la luz de la majestad del Señor del Universo.
Entonces, ¿qué piensas respecto a formas que
no admiten representación? ¿De dónde pueden provenir la eternidad y
perpetuidad con las que están agraciadas?
Cuando los
sabios se percataron
de ese retorno
(al más allá),
desecharon la existencia de
antagonismos en la pureza y la de materia en lo abstracto; y cuando observaron
la puerta y explanada de la morada,
intentaron estar situados en su patio
y su pabellón en el día
en que la gente
sea congregada ante el Señor
del Universo (Al-Mutaffifîn; 83:6) y sean divulgadas las páginas de
las almas y sus registros.
Que las
bendiciones sean sobre los
elegidos de entre los
siervos mensajeros de Dios, Sus
sinceros delegados, Sus profetas elegidos y los perfectos de
entre Sus íntimos, especialmente
sobre el Señor de los Mensajeros, el polo de los íntimos de Dios, Muhammad el sello de
los primeros y los últimos. Que
estas bendiciones sean sobre el Príncipe de los Creyentes, el Imam de los temerosos, el más noble de los
auxiliares y emigrados, el sucesor
del Mensajero del Señor
del universo, el padre de
los Imames inmaculados, los excelentes y puros, los testimoniadores y
virtuosos. Que Dios y Sus ángeles
bendigan al Profeta y su familia, de una
forma permanente y les
otorgue abundante paz.
Que ilumine copiosamente
sus corazones y espíritus mediante la luz del amor y la wilâiah (supremacía otorgada
divinamente), y purifique sobremanera sus almas
y su ser de la impureza.
Dice el necesitado de Dios[1],
el que más precisa
del perdón de su
majestuoso Señor, Muhammad Ibn
Ibrahim Ash-Shirazî, conocido como
Sadr Ad-Din[2] -que Dios le haga probar de la copa del
Conocimiento y la fuente de la
investigación y la certeza-: Sabed, mis
hermanos creyentes y compañeros virtuosos -que Dios os guíe hacia el
sendero de la certeza
y la senda de
los piadosos-, que tal
vez pueda suponerse que la
felicidad consiste en el logro de las
delicias sensoriales y alcanzar las satisfacciones animales, y
lo que yo
quiero aclararle a quien investiga
los asuntos, bebe de la fuente
del conocimiento y la luz, repara en la degradación a causa del bienestar, y capta el estado de engreimiento y la situación de
la gente de las tumbas a través de la
sinceridad y el sometimiento, (quiero aclararle a ellos) que nada de
eso constituye una felicidad real, sino
que sólo conforman velos sombríos, alteraciones
provocadas por lo material, sueños
ilusorios e imágenes de un espejo
imaginario... «como un espejismo en un desierto; el sediento cree que es
agua, y cuando se acerca a ella,
no encuentra nada... O como
tinieblas... que se superponen
unas sobre las otras;
cuando se extiende la mano,
apenas se la puede divisar. Mas aquel
a quien Dios no ilumina jamás
tendrá luz» (An-Nûr; 24: 40).
¡Oh
tú que
estás dotado de visión! ¿Acaso
no ves como a aquel que se
afana por esas cosas esmerándose
por ellas, se le interrumpen las
inspiraciones y asistencias divinas de
su alrededor, los conceptos y
conocimientos reales se abstienen de establecerse en él, le resulta
casi imposible lograr una sincera
intención divina, un propósito legítimo
y la disposición para alguna forma de
buena acción o acto devocional que pretenda realizar, o
para alguna caridad u obediencia que
hubiese prometido, sin que existiere el
impedimento de una preocupación
mundanal, o sin que ello entrara en conflicto con un requerimiento personal?
Incluso es como si entendiera la vida del más
allá como si fuera la mundanal,
por lo que en
realidad no aspira sino a
lo existente en esta
última. No procura el encuentro con Dios y el acercamiento a Él
y Su complacencia, a causa de su falta
de intimidad con la Elevada Gracia, y
por no estar vinculado con el Espíritu Divino que es precisamente el que aleja la ceguera del corazón espiritual y la
sordera del oído intelectual. Esto
es a causa
de su reclusión
en la morada inferior, a la
obstrucción que existe para
que el conocimiento (divino)
acceda a sus oídos
y su corazón, tal como (sucede
con) el sordo y el ciego. Es a
causa de su encierro en la prisión de la
vida mundanal y su apego al más
bajo nivel terrestre y a
esta aldea cuya gente
es inicua, que es la morada de la muerte, el albergue de las bestias
e insectos, y la fuente del mal y las tinieblas.
De
esa forma, ha
dispuesto ante sí mismo
velos que le
impiden observar la perpetuidad y advertir la belleza de la
eternidad. Es así puesto que son
sordos, están privados del
oído... Son ciegos
y no ven...
«Les da lo
mismo que les amonestes como que
no les amonestes, no
creerán» (Iâ-Sîn; 36: 10)...
«¡No! En verdad que en ese día estarán
ocultos respecto a su Señor»
(Al-Mutaffifîn; 83: 15)...
«Cuanto
habían cometido enmoheció sus corazones» (Al-Mutaffifîn; 83: 14).
Es indudable que
lo más que
cualquiera puede disponerse
a considerar como felicidad y
llegar a triunfar en lograr ello, es la perfección que le es pertinente y
la conveniencia atribuida a su tipo y
particularidad. Todo lo que esté
por debajo de ello
se contará como
deficiencia para esa
persona en particular,
y como un infortunio en el que
se encuentra y que le hace incompleto, aun cuando ello
se cuente como perfección con
relación a un estrato inferior y al que le antecede en los niveles de la existencia. Entonces, para cada
género existe una perfección que le es particular y en lo cual
está su felicidad.
De esta
manera, para los cuerpos inanimados estará
en la obtención
de una ubicación y un
espacio. Para las plantas estará en la alimentación y el crecimiento. Para los
animales estará en su vitalidad
consistente en su respiración y movimiento voluntario e instintivo. Para
los astros en
sus movimientos rotacional
y de traslación. Para
un ángel está
en su alabanza,
glorificación y circunvalación
alrededor del Trono Divino en
exaltación. Para Satanás está en seducir y descarriar junto a sus
compañeros y auxiliares. No hay
bestia, ni nada que se encuentra por encima
o por debajo de ella sin que en
su naturaleza esté la capacidad de alcanzar el punto más elevado de la perfección que le es propia, mientras no se lo impida algún
obstáculo.
Para
el género humano también existe un
estado de perfección particular en el cual se encuentra su felicidad y sin el
cual sólo está su desdicha. Si (el ser humano) llega a ese
punto, ningún impedimento se
le interpondrá, ni nadie
le precederá. Es mediante ello que se concreta la sucesión
de Dios en la Tierra y en el Cielo, si
bien participa junto a las demás
criaturas en relación
con los medios,
facultades, servicios y
extremidades que Dios ha depositado en
él, por lo cual ostenta niveles en la
existencia, estadios e integración, que
van desde los asuntos más
ínfimos hasta los más lejanos
que puede alcanzar en la
existencia. Como dice el Altísimo:
«Os
ha creado en estadios» (Nûh; 71: 14) de tinieblas y de luz.
Su
perfección particular contenida en la sustancia de su esencia, está
en dominar las ciencias, abstraerse
de las cuestiones
materiales y desentenderse
de las maldades e iniquidades.
Si se ubicase en una situación inferior a la perfección que le es
particular, estaría anulando su
disposición para el
día de su
retorno y suprimiendo su
capital mediante la supresión de su
primera vida y la pérdida de sus
esperanzas; entonces se encontrará más extraviado que los animales e insectos,
peor aún
que las bestias y los seres
inanimados, por ser de los confinados a lo más bajo de lo bajo, luego de la capacidad que tenía de elevarse a lo más alto de lo alto, hasta la vecindad de los más cercanos
a Dios. Eso es lo que constituye
la terrible pérdida y el ignominioso castigo.
Puesto que
la sana razón
lo infiere, y
está corroborado por
la transmisión inobjetable,
es necesario que toda
persona que Dios haya
creado de una
forma completa, libre de defectos
innatos y anomalías anatómicas, a la que
haya dotado de una capacidad
mediante la cual percibiera las realidades de la fe y las aleyas del Corán,
y mediante ello conociera la Primera Verdad, los ángeles, los Mensajeros, el Libro sagrado, la equidad, el cómputo (de las acciones), el retorno al más allá, la resurrección, el paraíso, la
recompensa, el castigo y los fuegos (del infierno)..., que no deje de realizar
(buenas) acciones, ni le embargue la
apatía, en lo relacionado a conseguir el conocimiento y la espiritualidad, y a
librarse de la perfidia contenida en esas almas
y cuerpos.
Debe realizar
eso mediante el
estudio de los
signos de Dios
y las ciencias descendidas con la revelación y la
inspiración sobre el Profeta (BP) y su
familia (P), quienes son los depositarios de los secretos
de la revelación y la iluminación, los yacimientos de las joyas del conocimiento y la hermenéutica, los custodios
de los secretos de la
certeza y la
fe, los guardianes de
las luces de
la sabiduría y la argumentación. Es así puesto que
ellos -que las
bendiciones de Dios sean
sobre todos ellos- son
infalibles respecto al error
y el olvido,
están purificados de la distracción y
la deficiencia, por
cuanto Dios alejó
de ellos la vileza de
la desobediencia, y les purificó de la degradación de la ignorancia y de
la seducción de Satanás. De
esa forma, Dios
les dispuso como velos
para la humanidad
y auxiliadores de Su religión, como
recipientes de los secretos de Su
conocimiento, depositarios de las luces de Su sabiduría, pilares de Su unicidad y Su guía, y como señales de su camino
y sendero. Sus espíritus y luces constituyen uno sólo sucesivamente. Sus naturalezas y
espíritus se encuentran unidos uno
tras otro, de padre a hijo. Dios les creó de lo más eminente y les dispuso rodeando Su Trono, «en
casas en las que Dios ha permitido que se eleve y mencione Su Nombre» (An-
Nûr; 24: 36). Por su wilâiah se
dirige el camino hacia el paraíso y la benevolencia, y
sobre quien rechaza su
luz recae la
ira del Misericordiosísimo y el
castigo del Fuego. Ellos son los sabios celestiales y divinos, los íntimos perfectos
de Dios, los siervos ennoblecidos y
amados de Dios, la gente del
Recuerdo a quienes se debe preguntar, ya que así lo dicen las palabras del Altísimo: «Preguntad a la
gente del recuerdo, si es que no sabéis»
(An-Nahl; 16: 43).
Luego, en
verdad que los más
sublimes hadices mencionados que
de ellos nos fueron narrados, las palabras más
brillantes pronunciadas que
de ellos nos
han sido transmitidas, las que al pronunciarlas se percibe la dulzura de
las perlas de sus realidades, las que se manifiestan al ser humano en las
flores de sus jardines, son
los hadices del libro
Al-Kafi que fue
compilado y ordenado por aquel
que merecidamente recibió la denominación de Amîn-ul Islam
(el Fiel del
Islam) y Ziqat-ul Islam
(Confianza del Islam),
el sabio e
íntegro Shaij y Muytahid,
el virtuoso Muhammad Ibn Ia‘qub
Al-Kulaini -que Dios enaltezca su posición, y que su sol ilumine el
firmamento del conocimiento-.
En verdad que
Dios ha dirigido las
dulces y excelentes aguas del
conocimiento desde los ríos de Su
Libro y los arroyos de
sus capítulos y secciones, hacia
las tierras de los corazones castos y puros, para
de esa forma
extraer los resultados que
consisten en esos
usûl: los principios
que alimentan los corazones
y los espíritus, y esos
furû‘: las ramas que
acopian los frutos de
los intelectos y las razones, «los que
son regados por una
misma agua y
los que al
consumirlos preferimos a unos
sobre otros» (Ar-Ra‘d;
13: 4). Pero tal vez pueda ser
que por
lo abundante de la misericordia de Dios y la extensión de Su
gracia, esa agua caiga sobre una ciénaga
reseca, sobre rocas ásperas o terrenos salinos. Si el conocimiento recae sobre quien
no es de su gente, ni lo merece, al contarse entre aquellos cuyos corazones están
obstruidos y sus
puertas clausuradas, «tornará
su pecho constreñido y estrecho
de una
forma tal que
será como si se estuviera elevando hacia el cielo» (Al-An ‘âm; 6: 125), y eso será una prueba en su contra en el día de la Resurrección, cuando Dios
impugne sus falsedades, le cierre el camino
y tranque sus puertas. Tal
vez éste
reniegue de su disponedor e injurie a quien
le objeta y requiere. «De
esa forma Dios
les mostrará sus
acciones, lo que
causará sus lamentos, y jamás
saldrán del Fuego» (Al-Baqarah; 2: 167), (entre
los que estarán) el fuego de la envidia y la soberbia, la maldad del
desprecio y el desdeño, y el castigo de la ignorancia y la porfía. «Su ejemplo
es como el de aquellos que encendieron fuego, más cuando éste alumbró
cuanto le rodeaba, Dios extinguió su luz y les dejó en tinieblas sin ver. Son
sordos, mudos, ciegos. No retornarán» (Al-Baqarah; 2: 17 y 18).
Hemos
visto a muchos poseedores de
conocimiento y sabiduría, y estudiantes del hadiz y el Corán, que
primeramente se vuelcan a ellos con toda
seriedad y afán, luego de un
tiempo se saturan de cualquier disciplina con rapidez, y se contentan con un
sólo sorbo de
cada tinaja, por
no haber encontrado aquello a lo que los propósitos pervertidos
y fines engañosos
le han estimulado.
Por eso, el conocimiento no alcanza
a corresponderles y el desdichado
de entre ellos
no encuentra la felicidad y la
visión. «Con ello
se extravían muchos y se
guían muchos. Mas con ello
no se extravían sino los
corruptos» (Al-Baqarah; 2: 26).
Incluso vemos entre
aquellos que están ocupados en ello a quien se pasa
la vida estudiando, repitiendo (las lecciones) durante la noche y en los extremos del día y terminan
frustrados, y ello se convierte en
objeto de vergüenza y deshonor. Son aquellos
mencionados en las
palabras del Altísimo que dicen:
«Di: ¿Acaso os informaremos de
aquellos cuyas acciones
son las más
vanas? Son quienes malograron sus esfuerzos en
la vida mundanal, mientras suponen que obraron correctamente» (Al-Kahf; 18: 103 y
104). En Dios nos refugiamos de la seducción y la necedad, y nos amparamos en
Su luz respecto al mal de lo que nos extravía del camino de
la guía. Aferrándome en
Su protección y
magnanimidad, y agradeciendo sus
gracias y generosidad, digo:
Yo me
he enfrentado a estos
hadices de una
forma científica en
un mar de conocimiento y sabiduría, repleto de las
joyas brillantes de las realidades de la fe, cubierto de las perlas de los significados del Corán y consolidado con los pilares de las reglas
del razonamiento.
Estuve durante
un espacio de
tiempo reflexionando en
los secretos de
sus significados,
profundizando en los
mares de sus
fundamentos, extrayendo mediante
la fuerza del razonamiento y la
argumentación singulares joyas entre sus
perlas, testimoniando mediante la luz de
la percepción y la mística, los rostros
de esas “doncellas vírgenes”, «que
antes que ellos nunca tocó hombre ni genio» (Ar- Rahmân; 55: 56).
Consultaba
con mi
propia alma y reflexionaba
si debía desmenuzar para los virtuosos hermanos esas gruesas ostras y
extraer sus preciadas perlas para
los aventurados al peregrinaje espiritual y brindar sobre ellas una
explicación tal que permitiera superar sus dificultades y distinguir la
cáscara de la
pulpa, depurar mediante las cribas del pensamiento los residuos de lo
original, cernir con el tamiz del intelecto la pulpa de la cáscara, analizar las joyas de sus significados e inferir las realidades de
sus fundamentos, de forma que
ello conforme un libro
que comprenda los diferentes
principios de la religión y
descubra detalles de los secretos
de la certeza. Un libro en el que
se encuentre un resumen de las
palabras de los ‘ulamâ’
arraigados en la ciencia, y lo mejor
de los talentos de
los sabios divinos. En el que
hubiera secretos de las aleyas del Corán,
tesoros de las luces del Libro Sagrado, exégesis de
los hadices proféticos y secretos
de las palabras de Ahlul-Bait (P), la gente
de la casa del Profeta (BP) y los
poseedores de la wilâiah o supremacía. Que
la Paz sea
sobre ellos desde el
principio hasta el final
de los tiempos.
Pero los obstáculos impedían lo procurado y las
vicisitudes del tiempo golpeaban sin que
llegara la esperanza de la
oportunidad. Cuando observé la deficiencia en las disposiciones y las mentes, y
la apatía de los lúcidos respecto a lo escuchado de sus pares
e iguales, prestigiosos de la época y autoridades, y además de ello
la costumbre de estos días que
observamos de instruir a los viles, la proliferación de los ignorantes y
miserables, el resplandor de los
fuegos de la
ignorancia y el extravío, y que
se engrandece a los enemigos del conocimiento y la mística y a los vampiros de las luces de la sapiencia
y el razonamiento, en verdad que nos hemos visto afligidos con un grupo que
considera bid‘ah (o alteración en
la religión) a la profundización en
los asuntos divinos, y
traición a la reflexión
en las aleyas celestiales. Son como los hanbalitas[3] en relación
a los libros del hadîz, quienes han confundido entre La Verdad y la creación, y entre
lo sempiterno y lo creado, cuyos
límites no sobrepasan a
los de los
cuerpos, y cuya visión
no supera las formas y la
materia. Es por esa razón
que rechazaron las ciencias
divinas y los inmensos secretos
celestiales que trajeron los
profetas, siendo que es por ellos que descendieron los Libros
celestiales, y que Dios los
enaltece, así como
pondera a quienes los disponen como
objeto de su reflexión,
en muchas oportunidades a lo largo de Su sagrado Libro, el cual proviene
del Grandísimo y Loable.
Permanecí
en ese estado sosteniendo las riendas
de la consagración a ello, hasta
que un
grupo de hermanos e íntimos amigos
me instó a poner al descubierto
las palabras de quienes estaban iluminados por la luz de los elevados estados.
Cuando más aumentaban mis evasivas, las cuantiosas sugerencias se
incrementaban, y cada vez que me
negaba, ellos se negaban a
hacerse atrás en el camino
de requerir el logro de su propósito, de forma que
doblegaron mi determinación a denegarme y lograron que prevaleciera mi afán por la
asistencia, sabiendo que la misericordia
divina implica que no se actúe
negligentemente respecto a un
asunto primordial que las
personas necesitan de acuerdo a las capacidades, y que la atención divina no mezquina
aquello que es
beneficioso para los
intereses de los
siervos, y conforma una provisión para el día del Retorno. Tal vez, Su misericordia
implique que no permanezcan en las entrañas de lo oculto estos conocimientos surgidos del mundo de los
secretos, y que estas luces conferidas a partir de Quien es la Luz de luces no permanezcan encubiertas
y veladas.
La
profusión de lo que bebimos de la ciencia del Corán y del hadiz y de lo que nos hemos emborrachado de entre
la hermenéutica de los
hadices, me inspiró para poder
ofrecer un sorbo
a los sedientos demandantes y un
destello a los corazones de los peregrinos espirituales, de forma que
con ello reviva el alma de quien
beba un sorbo de ello, y se ilumine el corazón de quien en eso encuentre una luz.
De esa
forma, opiné que
debía comenzar una explicación
de las narraciones, procurando la
ayuda de Dios y
amparándome en Él
de la maldad
de todo contumaz y perverso, y
que debía sacar
esos conceptos de su
condición de “en potencia” y
traerlos a la condición de “en acto”
y complementarlos, haciéndolos asomar desde lo ignoto (de
su condición) hacia la existencia y disponiéndolos al alcance.
Así, puse en marcha mis
pensamientos en ello y me consagré a reunir las expresiones inusuales (de esas
narraciones), y rogué a Dios que me
auxiliara y que con Su magnanimidad aminorara mi carga y dilatara mi
pecho, de forma
que pudiera llevar eso a cabo.
Puse en marcha mi
determinación después de haber
estado detenida, y apresté mi voluntad
después de haber estado estancada. Mis energías inactivas se
estremecieron, se agitó mi sosegado
dinamismo, y me dije a mí mismo: “Este
es el momento de comenzar a explicar los
principios de los cuales se extraen las ramas (del Islam),
y de sosegar los oídos mediante
las joyas de los elevados significados,
y manifestar la verdad en su forma
prodigiosa y trasparente, sin
considerar el rechazo
de los impugnantes
y la reprobación
de los que desmienten y son arrogantes”. De esta
manera me encomendé a Dios y procuré de Su parte el auxilio
(que brinda) a los perseverantes,
el amparo (que otorga) a los apesadumbrados, el alejamiento de la
maldad de los perversos, y el rechazo de las artimañas de los envidiosos. Como
dice el Altísimo: «Diles: “¡Dios!”. Luego
déjalos entregados a su discusión» (Al-An‘âm; 6: 91). «Di: “La Verdad dimana de vuestro
Señor; entonces, quien lo desee que
crea y quien quiera que no crea...”»
(Al-Kahf; 18: 29).
El
hombre creyente que tiene certeza
de la Verdad revelada y que
«tiene una evidencia de su señor»
(Hûd; 11: 17), no toma en cuenta lo que es más
conocido (por el sólo hecho de
serlo), ni se inmuta si es que da con la verdad contradiciendo a la mayoría,
puesto que (los que integran) la mayoría habitan en la morada de sus
velos, situados al comienzo de su
formación y condición, mientras que éste
es un viajero que, a partir de
su posición, emigra hacia Dios y
a Su Mensajero -con él sean las
bendiciones y la paz-,
y necesariamente, el viajero
presenta aspectos diferentes al
(que permanece en su condición de) residente. Si llega a darse que ello concuerda con la opinión de los
hijos de esa época y la de los
estudiosos, entonces eso será lo que
anhelamos y deseamos de ellos; y si no concuerda con su opinión, ni tampoco se
dejan guiar por
ello, entonces será evidente que
la Verdad no armoniza con los
intelectos de la gente
cuyos talentos se han
corrompido con enfermedades y
anomalías que los médicos de las almas
son incapaces de curar, de
forma que el Profeta
guiador fue objeto de las siguientes palabras: «Tú no guías a quien
deseas» (Al-Qasas; 28: 56), por lo que si (esas personas)
comienzan a adquirir conocimiento y a
extraer de él
la luz, de
seguro veremos que
ello «No les incrementó sino su
aversión y arrogancia en la
Tierra y la conspiración del mal; siendo que la conspiración del mal sólo
asedia a quienes son sus autores» (Fâtir; 35: 42 y 43). Con esos y sus
semejantes nosotros no tenemos palabras, ni escritos que dirigir, ni discusión, ni respuesta que
brindar, ni invocación, ni discurso, desde que el Altísimo dice: «Aun cuando
ven cada signo no creen en él» (Al-An‘âm:
6: 25).
Un hadiz del
Profeta (BP) expresa: “De entre
el conocimiento hay un
carácter oculto, que no
conocen sino los
arraigados (en la ciencia),
quienes cuando lo exhiben no lo niegan sino aquellos que se
ensoberbecen ante Dios”. Luego
debéis saber, ¡oh hermanos creyentes!, que la ciencia del
hadiz, al igual que la ciencia
del Corán, contiene lo
manifiesto y lo oculto,
lo generalizado y lo específico, lo
que conforma explicación y
hermenéutica, lo determinante
y lo alegórico, y lo abrogante y lo
abrogado.
En
el Corán hay conocimientos que permiten
alcanzar las realidades divinas, cuya comprensión es particular de las gentes
de Dios, que son
las gentes del Corán,
y que conforman las partes
ocultas de la ciencia del
taûhîd (unicidad divina), de la ciencia
de los ángeles,
de los libros
sagrados, de los mensajeros divinos, de la ciencia del más allá y de la congregación
de las almas y los cuerpos, y así como
en el Corán existen
estos conocimientos, asimismo
también contiene historias, normas, conocimiento de lo
permitido y lo ilícito, de los acuerdos (entre
la gente) y lo referente al
matrimonio, de la venta y las transacciones, la herencia, la ley del
talión, los precios de sangre, cuya comprensión es general y de
lo cual se beneficia el común de la gente;
esto último es referente a la vida
mundanal, mientras que lo primero se refiere a la vida
del más allá, lo último se relaciona a los cuerpos y
lo primero a los espíritus: «Para vuestro provecho y el de vuestros ganados» (An- Nâzi‘ât; 79: 33).
Igual es
el caso del
hadiz, desde que
también contiene los
dos aspectos:
el conocimiento referente a la vida
mundanal y el relacionado a la vida
del más allá: el conocimiento
de los intercambios sociales y el de
las realidades divinas, cuya comprensión es particular de las
gentes de Dios, que son a quienes se refieren las palabras del
Altísimo que dicen: «Y a quien
tiene el conocimiento del Libro» (Ar- Ra‘d;
13: 43), y
«los arraigados en
la ciencia» (Âl
‘Imrân; 3: 7).
Es a este conocimiento que se refiere
al decir: «En cuanto a quien se le haya
conferido la Sapiencia, en verdad que
habrá sido dotado con un bien
abundante» (Al-Baqarah; 2: 269), y al decir: «Esa es la gracia de Dios que
concede a quien quiere, y en verdad que Dios es el Majestuoso
Otorgador de las gracias» (Al-Yumu‘ah;
62: 4). Ese es el conocimiento elogiado en el Libro (el Corán)
y la Tradición del Profeta (BP) con diferentes formas de alabanza y
encomios de diversos tipos, y todo lo que existe en los Cielos
y en la
Tierra, ya sean
ángeles como la totalidad del
resto de las criaturas, suplican por la remisión de aquel que lo
posee, que es por
lo cual en la balanza de la vida
del más allá las plumas de los sabios
pesarán más que la sangre de
los mártires. Y
al igual que
éste otros elogios
y encomios los
cuales son innumerables. No es (el conocimiento) al que se dedica la mayoría y mediante el cual procuran acercarse a Dios aquellos que
se sumergen en la memorización de los
dichos y las narraciones, en el registro de la condición de las
personas (que integran las cadenas de transmisiones de las narraciones),
y luego en la dedicación a conocer las inusuales derivaciones, a requerir sus
pruebas y causas, a acrecentar las palabras
respecto a ello y
a memorizar las
cuestiones que son
objeto de discrepancia, de modo
que aquel que
más se ha sumergido en
ello y más lo ha tratado y utilizado, es el más sabio
para ellos. Tal vez suceda que a tal
(persona) le preguntes acerca del conocimiento de alguno de
los pilares de la fe,
que son señalados por aleyas
concluyentes del Corán y los hadices del Mensajero de
los hombres y los genios, y de
los Imames, sobre ellos sean las
bendiciones de Dios, el Misericordioso; como
la ciencia de la unicidad divina, la ciencia del
más allá, la ciencia
de los ángeles, el modo en que descendió la revelación y el Libro de
Dios, el conocimiento del alma, sus
grados y origen, el inicio de la
vida del más allá y sus emplazamientos en la tumba, la
resurrección, el sirât o puente
hacia el paraíso, la balanza y el
cómputo de las acciones,
el mawqif o sitial de congregación de los resucitados, el
‘arad o exposición
de las acciones,
el paraíso, el
infierno, la recompensa y el
castigo; pero no encontrarás con él más información que
aquellos vocablos usuales y repetidos,
equiparándose su estado al del
resto de la
gente. Asimismo, no le encuentras vigilando los estados de su corazón
cuidándose de lo que perturba su sinceridad y
resguardándole de lo que
lo corrompe, aniquila, enferma, o
ensombrece sus objetivos interiores y
pasiones mundanales; en cambio, lo ves
cargado de enfermedades
aniquiladoras y actitudes morales engañosas y dudosas, sin que él
encuentre que sean un
menoscabo para su conocimiento y estado, ni un impedimento para su bienestar en su vida futura en el más allá; es como si no hubiera leído las
palabras del Altísimo que dicen: «...excepto
aquel que llegue a
Dios con un
corazón sano» (Ash-Shu‘arâ; 26:
89), ni tampoco hubiera escuchado
aquellas que expresan: «Por cierto
que ha triunfado quien la hubiera purificado, y ha caído en la miseria quien la hubiera corrompido» (Ash-Shams; 91: 9 y
10).
El resultado
es que el
conocimiento se divide
en dos: el
conocimiento de develamiento y
la ciencia de
las transacciones. El primero es
requerido por sí mismo y no por
otra cosa, puesto que es el conocimiento de Dios, Sus atributos y
efectos, mientras que el segundo es requerido para actuar según él, por lo que
su objetivo es la acción
sobre la base del mismo, y el objetivo
de la acción a su vez es la
purificación del interior,
salvaguardar el alma de los
apegos (mundanales) y pulir el
espejo del corazón de lo que lo enturbia, envilece y mancilla. Esa pureza y salvaguarda también
conforman una cuestión fuera del plano
de la existencia real, puesto que
no es lo
propuesto originalmente, sino
que sólo es
requerido como medio hacia
lo que es el propósito original,
que es bosquejar las imágenes de las
realidades contenidas en ello, o manifestar la verdad y sus atributos y efectos
sobre ello. Quien suponga que su conocimiento sobre el modo
de (realizar) las acciones le basta
para salvaguardar su destino
final y porvenir y librarse del castigo,
y que con ello alcanzará el grado de las gentes de la virtud y la perfección, en verdad que
será igual que
aquel que tiene
una fuerte enfermedad, que conoce
la forma de curarla y la composición de los remedios,
y cree que eso le basta para librarse de su enfermedad corporal y curarse
sin llegar a actuar basándose en lo que
sabe; es por eso que su enfermedad se
agrava hasta aniquilarle. Ciertamente
que nos han sido transmitidas severas
advertencias contra el
sabio que no
actúa según su conocimiento:
Se
narró de
Amîr Al-Mu’minîn, con él sea
la paz: “Los sabios
son dos tipos
de hombres: un hombre
sabio que se
ha asido de
su conocimiento. Éste
es el triunfador. Y
un hombre que
ha abandonado su
conocimiento. Éste es
el aniquilado. Ciertamente que la
gente del fuego se fastidiará del olor que emanará del sabio que ha
abandonado su conocimiento.” También se ha transmitido de él, con él sea la
paz: “Quien procure el hadiz por un
beneficio mundano, no tendrá (por ello) parte
en el mas allá.” También dijo: “Si veis al sabio anhelando su vida mundanal, sospechad de él
en lo referente a
vuestra religión, puesto que todo
aquel que anhela algo se encuentra
ceñido por aquello que anhela.” También dijo, con él sea
la paz: “Dios reveló a David, con él sea la paz: No dispongas entre tú y Yo a un
sabio tentado por la vida
mundanal, puesto que te
alejará del camino
de Mi aprecio. Esos son los salteadores de caminos de aquellos de
entre Mis siervos que aspiran a
Mí. Lo menos
que hago con
ellos es privarles de
su corazón la dulzura de
dirigirme letanías.” También dijo, con él sea la paz: “Quien procure el conocimiento para, por
medio del mismo
polemizar con los sabios, argüir
contra los necios, o hacer que la
atención de la gente se le dirija,
que vaya tomando su sitial en
el Fuego.” Así también
hay muchos otros hadices y
narraciones que contienen el reproche para los ‘ulama’
de la vida mundanal, que
aspiran de ésta riqueza y posición.
Es
realmente notable lo mencionado a este
respecto y que fue transmitido
por el virtuoso y activo, el que
ha transitado por el sendero de
la piedad y la certeza, el arquetipo de
los muytahidîn, el ornamento de la doctrina, la realidad y la religión,
Zaîn Ad-Dîn Al-‘Âmilî, benditas sean
sus ofrendas, quien en
algunos de sus tratados citó de
cierto sabio investigador que dijo: Los sabios son de tres tipos: uno es el
sabio en Dios que no es sabio
en el mandato de Dios, otro es el sabio
en el mandato de Dios que no es un sabio en (lo concerniente a) Dios, y
otro es el sabio en las dos
cosas juntas. En
cuanto al primero, es el
siervo cuyo corazón ha alcanzado el conocimiento de lo
divino de forma que ha llegado a
embeberse de la presencia de la luz
de la majestuosidad y la
opulencia, pero no se
dedica a aprender la ciencia de las normas excepto aquello que es indispensable. En cuanto al
segundo, es aquel que conoce
lo lícito, lo prohibido y los detalles de las leyes, sólo que
no comprende los secretos
de la majestuosidad de Dios.
En cuanto al tercero, es aquel
que se ubica en el
límite común al sabio de
los conocimientos palpables y al
sabio de
los conocimientos intelectivos;
éste a veces se encuentra junto a
Dios mediante su amor,
y otras veces
se encuentra con
las criaturas mediante la
cordialidad y la compasión; si luego de estar con su Señor vuelve hacia las criaturas, marcha entre las mismas como si fuera una
más de ellas, como si no tuviera
ese conocimiento de su Señor. Éste es el
sendero de los veraces, y es a lo
que se
refieren las palabras
del Mensajero de
Dios (BP) que
dicen: “… que pregunta a los
‘ulamâ, se mezcla
con los hukamâ y
se reúne con los
kubarâ.” También es a lo que se refiere
cuando dice: “...que pregunta a
los ulamâ, los sabios en la orden de Dios que no saben de Dios. Fue ordenado preguntar a éstos
cuando se necesita de un dictamen religioso. En cuanto a los hukamâ, esos son los sabios
en Dios que no conocen la orden de Dios, y fue ordenado
entremezclarse con los mismos. En cuanto a los kubarâ, son los sabios en los
dos aspectos, y fue ordenado reunirse con
éstos, puesto que en
sus reuniones se encuentra lo
bueno de este mundo y el más
allá.”
Cada uno
de estos tres
tiene tres señales:
El sabio en la orden de
Dios tiene el recuerdo de Dios en su boca pero no en su corazón, teme de las criaturas sin
llegar a temer al Señor y en
apariencia se avergüenza ante la
gente siendo que no se
avergüenza ante Dios en la intimidad. El
sabio en Dios recuerda a Dios, le
teme y se avergüenza ante Él, en cuanto
al recuerdo de Dios, lo realiza en su
corazón y no con su boca, en cuanto al temor
a Dios, es un temor de esperanza
y no de caer en la desobediencia, y en cuanto al pudor, se avergüenza de lo
que puede acceder a su corazón y no de lo que
es manifiesto. En cuanto al sabio
que es sabio en Dios
y sabio en la orden de Dios, éste
tiene seis características: las tres
mencionadas para el sabio en Dios
junto a (las siguientes) otras tres:
se ubica en el punto común al
sabio de lo oculto y al sabio de lo
manifiesto, es un maestro para los
musulmanes, y es de tal forma que los dos
primeros grupos necesitan de él, mientras que él no tiene necesidad de ellos. El
ejemplo del sabio en Dios y sabio en la
orden de Dios es como el del sol: nada
le es incrementado ni le es mermado. El ejemplo del sabio en Dios es como el de la luna: a
veces está completa y otras veces merma. Y el ejemplo del sabio en la orden de
Dios es como el del candil: se quema a
sí mismo y alumbra a otros.
Pido
disculpas a mis hermanos, los miembros de la facción triunfante, por el hecho
de que durante el comentario y la investigación de las palabras y la
explicación de los propósitos, cito como testimonio las palabras de algunos
maestros famosos ante la gente,
a pesar de
que el estado personal de algunos no
sea complaciente, habiendo hecho
así considerando las
palabras de nuestro
Imam Amîr Al- Mu’minîn, con él sea la paz, que
expresan: “No mires a quien haya
dicho algo, sino mira qué es lo que
dijo.”
He
ahí que comienzo lo que me he propuesto, procurando el auxilio del
Dotador del conocimiento y Proporcionador de la
existencia, Extendedor del bien y la generosidad, comenzando con el comentario de la introducción del libro
puesto que contiene grandes
beneficios y sutiles
gemas acompañadas de
buena explicación y proporcionado
discurso. De esta forma
digo: de Dios
proviene el éxito y la guía, y en
Él nos amparamos de la necedad y el extravío.
* * *
Introducción
del Autor
Dijo
el Shaij -que Dios esté complacido de él.
Se
dice que
es atribuir lo bello
de una forma
que expresa veneración y que es
particular de la lengua hablada. Hay lugar
para la discusión a este
respecto. Se dice que: es en realidad
una acción que
advierte el engrandecimiento del
Agraciador, por su condición de
tal, por lo
que su caso
abarca la lengua, los
pilares y el corazón. Algunos
estudiosos dijeron que:
Al-hamd significa manifestar
los atributos de perfección de alguien,
lo cual incluye tanto a la alabanza de un ser humano como la de
otro ente existente. La alabanza que
Dios, Exaltado Sea en Su enaltecimiento,
realiza de Sí mismo
está en conformidad a esto, desde que
ha otorgado la existencia a
tantas entidades contingentes como no
es factible enumerar, y
extendió en base a la
misma las mesas de Su Generosidad la cual es infinita. En verdad que ha puesto al descubierto los
atributos de Su Perfección mediante
innumerables indicios concluyentes y detallados. Ciertamente que cada
una de las partículas existentes indica Su existencia. Tal indicación no puede ser expresada
mediante las palabras. Es por eso que el
Profeta (BP) dijo: “No puedo (por
mí mismo) concluir la manera de
enaltecerte. Tú eres como te has enaltecido a Ti mismo”.
Sea
para Dios, (En la expresión al-hamdu lil•lah: La Alabanza sea para
Dios), la partícula lam (de
lil•lah) tiene aquí el sentido de ijtisâs o particularización (es decir,
particulariza el nombre adjuntado a la preposición a la cual el mismo se vincula). El artículo
al de la
palabra al-hamd es
lam-ul yins (artículo
que expresa generalidad y no
necesariamente la
determinación), y no
sería remoto que su sentido fuera que el género
alabanza en su totalidad es exclusivo de Dios, Exaltado Sea, ya que todos
lo calificativos de perfección retornan a Él, al ser su causante y
objetivo, como se verifica en Su Entidad, y al ser el existente
auténtico[4], como lo definen los
místicos, y al
desprenderse la consolidación de un
atributo de la materialización de
su objeto de atribución. Es por eso que ellos ven que todo poder está contenido en el Poder por esencia,
que todo conocimiento está
contenido en el Conocimiento por esencia,
y asimismo ocurre con todo
atributo de perfección.
Entonces,
todas las alabanzas retornan a Él,
Exaltado Sea, y es por ello que es el Nombre de Dios (Al•lah) y no alguno de
Sus atributos el que es mencionado como sujeto
de la alabanza, y ello es a causa de
que (Su nombre) señala claramente la totalidad de los
atributos de belleza y majestuosidad, así como
el señorío sobre toda clase de cosas. Cualquier otro nombre indicaría un sólo atributo y el señorío sobre una
sola clase de
cosas. Luego, desde
que la alabanza
es una acción voluntaria y eventual, debe necesariamente tener cuatro
causas, algunas de
las cuales son indicadas por inferencia:
Una de
ellas es el
sujeto: que aquí
es el que
realiza la alabanza,
el cual se sobrentiende por inferencia.
La
segunda es el receptor: que es la lengua
según la primera definición de hamd, las
tres cosas que
abarca[5] según el
segundo significado, y todas
las cosas existentes según el
tercer significado.
La
tercera es la forma: que es
la expresión mediante la cual el que
alaba realiza la alabanza y la manifiesta como uno de los atributos de perfección y los
calificativos de majestuosidad, siempre para
cada alabado según su propio estado y perfección. La cuarta es el
objetivo: que es sobre el que recae la alabanza, y es precisamente a él que se
refieren sus palabras que dicen:
El
alabado por sus gracias,
Pero cuando se establece en las ciencias intelectuales que: la causa que a la vez es objetivo tiene una existencia en la mente y es mediante ella que se convirtió en
causa para el ejecutante en su ejecución, ésta también tiene existencia en el exterior
y es mediante ello que es llamada
objetivo. El objetivo es en realidad aquello que se adjunta al
ejecutor y culmina en él. La división
clásica es que el objetivo puede encontrarse en el mismo
ejecutor, como en el
caso de
la alegría, y otras veces puede encontrarse en el receptor como
en el caso de la forma de la casa en su materia. Otras veces puede no estar en ninguno de los dos, como en
el caso de quien
realiza una acción
para complacencia indirecta
de fulano, a menos
que se pretenda con ello
la culminación del movimiento y
no el objetivo real, ya
que el que
construye una edificación o el
que logra la
satisfacción de fulano, no construye, ni logra excepto
por una conveniencia que vuelve
hacia sí mismo. Así,
las dos últimas divisiones vuelven hacia la
primera, y en ésta
se apoyan.
Quien alaba a Dios no lo hace sino por un
objetivo que vuelve a su propia persona, que es el acercamiento a
Él mediante la adoración, ya que no hay objetivo superior, ni
perfección más elevada para un
siervo. Es por eso
que la misma precede al testimonio de la
profecía del Profeta[6],
y porque no es factible la
adoración sino mediante el conocimiento de Él, de Su condición divina, de Sus
sublimes atributos y Sus más bellos Nombres. Por eso dice:
El
Adorado por Su poder, La partícula li de
li qudratih (por su poder), es de ta‘lîl
(para indicar la causa),
o sea, los
adoradores Le adoran por Su
condición de Poderoso sobre las
cosas, que hace de ellos lo que Le place. Por ello, Le adoran ya sea por temor o ambición, o bien por engrandecimiento y
exaltación.
El
Obedecido en Su imposición, Le obedecen las criaturas y
lo que hay
en las Tierras y los Cielos,
como dice el Altísimo citando a éstos dos:
«Dijeron: hemos comparecido
obedientemente» (Fussilat; 41: 11). Y al
decir: «A Dios se prosternan quienes
están en
los Cielos y en
la Tierra, de grado o por
fuerza, así como sus sombras al amanecer y al atardecer»
(Ar-Ra‘d; 13: 15).
El
Temido por Su Majestad, el Anhelado
por lo que tiene
ante Sí, El temor y el anhelo
son necesarios en quien
ostenta la extrema grandeza y
majestad, y la ilimitada bondad y
belleza. Es más, no
hay majestad desprovista de belleza,
ni belleza desprovista de
majestad. En cuanto al temor, éste se
encuentra en la belleza y proviene del
enamoramiento engendrado por la
belleza divina, la subyugación del intelecto ante la misma,
y la estupefacción de éste ante
aquella. En cuanto al anhelo,
éste se encuentra en la majestad
y proviene de la benevolencia contenida en la hegemonía divina, como cuando
dice, Elevado Sea: «Y en el talión
tenéis vida
¡oh
gente que razona!»
(Al-Baqarah; 2: 179). Dice Amir
Al-Mu’minin ‘Alî -con él sea la
Paz-, según se narra de él: “Glorificado
sea quien expande Su misericordia
sobre Sus siervos
consagrados mientras éstos se
encuentran en la dureza de su calamidad, e intensifica las calamidades sobre sus
contumaces mientras éstos se
encuentran en la amplitud de Su misericordia”. Y es de aquí que se
comprende el dicho del Profeta
(BP) que dice: “Temí
al Paraíso por las
calamidades y temí al Fuego por
los placeres”. Cuya orden se hace efectiva para
toda Su creación.
Con ello
se quiere significar la orden (sobre
los elementos) en el
mundo de la existencia y no
en el de
la legislación, ya
que Dios, Exaltado Sea,
posee dos órdenes: Una orden existencial que es originada sin intermediario alguno, y una orden legislativa que se
realiza por intermedio
de los Libros
divinos y los Mensajeros -con ellos sea la Paz-. La
primera es efectiva sobre toda
la Creación, la cual no puede sino obedecer. Como dice el Altísimo:
«Ciertamente que Su orden es tal
que cuando quiere
algo, dice solamente:
“Sé”, y es»
(Iâ Sîn; 36:
82). La (evidenciación de)
la segunda es
particular de az-zaqalain
(esto es aquí,
los hombres y los genios),
entre quienes están los que
obedecen y los que no lo hacen. Es Elevado Por sobre todos los niveles. Y se dispone en una situación
elevada. O sea, se desentiende de los atributos de las criaturas. Se ha
aproximado y mantenido sublime.
En
cuanto a Su acercamiento, es considerando que es el más cercano a las cosas que cualquier otra cosa, ya que
no hay partícula de la existencia
que no esté abarcada por la luz de las
luces y sometida por ella. En cuanto a Su condición de Sublime, es considerando que
está por encima
de los atributos
de las creaciones
y las características de los
fenómenos. Es el Elevadísimo en Su cercanía,
y el Cercano en su infinita elevación. Está más allá de cualquier
observación. O sea, que no le alcanza la
mirada de los observantes, ni le vislumbran las vías del razonamiento. En Su
condición de Primero no tiene comienzo, ni linde en Su condición eterna sin principio.
Esto
es a causa de estar fuera
de los límites del tiempo y la
temporalidad, así como se encuentra fuera
de los límites del lugar y el espacio.
Desde que no está limitado
por la espacialidad, su relación a cualquier lugar es una
sola, y desde que no está
limitado por la temporalidad su relación
a cualquier tiempo es una. Es por
ello que para Él es igual el comienzo como el final,
y la eternidad sin principio como la eternidad sin final.
En relación al
tiempo, Su eternidad sin principio está a un
mismo nivel que Su
eternidad sin final. Asimismo, según el espacio, Su infinita elevación es idéntica a Su
cercanía. De esa forma
«Es el Primero y el Último, el
Manifiesto y el Oculto» (Al-Hadîd 57:
3).
Es
el Sustentador antes de (la existencia
de) las cosas, y el Permanente en el
cual (esas cosas) se sustentan, O sea, que Dios Exaltado Sea, se constituye y
sustenta por Sí mismo y no por
otro, ya que es
la “Existencia Necesaria”. Si Su existencia se sustentara en otro,
sería un ser
contingente necesitado de esa otra
cosa y eso implicaría también un círculo vicioso.
Tal atributo es
calificado como “antes
de las cosas”
por la necesidad que
éstas tienen de Él, ya
sea directa o indirectamente,
puesto que son contingentes y su cadena de causalidad
termina en Él, Elevado Sea, para
evitar el círculo vicioso o la cadena infinita (de causas
y efectos).
Esta
“anterioridad” es esencial a causa de no estar
sujeta al tiempo, por lo que
es “el Permanente en el cual se sustentan las criaturas”, y es “el que
se sustenta en Sí mismo y sustenta a lo
demás”. Este es el significado de al-Qaiiûm (el sustentador). El Dominador a
Quien no le
agobia la custodia de
los Cielos y
la Tierra, La îa’ûduhu (no le agobia), es decir no Le pesa ni Le desborda la
custodia de las cosas. El verbo es:
auadahu (lo agobió) ia’uduhu (le agobia)[7],
y se usa para expresar que
le pesa
y le hace
esforzarse. Se dice
auadta-l-‘uda audan
(torciste la vara arqueándola), cuando te apoyas en ella
hasta que la flexionas.
La
alusión aquí a Su atributo de Dominador,
es una indicación de que no se cansa, ni
le fatiga la custodia de las cosas,
puesto que Su originación
(de las mismas) y continuidad, es
sobre la base de la
asistencia y la generosidad, y no en base
a la reacción y la procura de
perfeccionamiento, como es el caso de cualquier otro que realiza
una acción. Así es, fuera de Él, no hay nadie que no realice las acciones sino por
un propósito externo a su
entidad, y con cuya
realización procura para su
perfeccionamiento un objetivo que
vuelve a sí mismo y con el cual
reacciona. La reacción
implica el agobio, la extenuación y el desplazamiento de un
estado a otro. Es el Poderosísimo, Quien
con Su Majestad se ha singularizado en Su reino, y con cuyo poder se ha distinguido en Su
omnipotencia.
Al-malakût
(reino) viene de milk (posesión o propiedad), y tiene
el sentido de “jefatura”,
así como mulk
que también tiene
el sentido de
“dominio”. La utilización del término es particular del reino de lo
oculto, y se le contrapone mulk, que es
el reino aparente.
En
cuanto a (la palabra) yabarût (omnipotencia) sigue así
también (al igual que malakût) el
modelo (gramatical) de fa‘alût (aplicado) en
la raíz yabr (coacción). Dios, Glorificado Sea, es yabbâr
(Omnipotente) porque compensa las carencias de los contingentes al otorgarles de Su gracia,
y reviste a los elementos de
formas compuestas y compensa sus carencias. La aplicación (de este
término) se restringe al mundo de la divinidad. Se dice que: el yabarût está
por encima del malakût, así como el malakût
está por encima del mulk. El significado de esto es que la potestad
sobre las cosas
Le es privativa, tanto la
aparente como la oculta,
ya que “el dominio” representa en realidad la autosuficiencia
absoluta. Él es Aquel de quien precisan
todas las cosas. Es Quien posee
la esencia de todas las cosas, ya que todas ellas surgieron, o
bien de Él, o bien de lo que ha surgido de Él. Así, cualquier cosa fuera de Él
Le pertenece, y sólo posee
insuficiencia.
Mediante
Su prudencia ha manifestado Sus pruebas a Su creación.
El
hakîm es el que crea las cosas sobre la
base de la prudencia. El ihkâm
(ejecución exacta) consiste en la consolidación del planeamiento y la
buena representación y evaluación. El hakîm es
también el que no
realiza lo improcedente, ni deja
de realizar lo obligatorio, y el que
dispone las cosas en el
lugar que les corresponde. Hakîm es también el
sabio, al derivarse de hukm que
incluye el significado de confirmación,
o al
derivarse de hikmah, término que incluye
el significado de sabiduría.
Es precisamente a esa
acepción (de hikmah) a la
que se refieren las palabras del Altísimo que
dicen: «Otorga la hikmah
(sabiduría) a quien le place» (Al-Baqarah
2: 269).
Se
transmitió de Ibn ‘Abbas: “Hakîm es aquel
que ha perfeccionado su sapiencia y el ‘alîm es aquel que se ha perfeccionado en su conocimiento”.
Huyay
(pruebas) es el plural de huyyah (prueba) y etimológicamente tiene varias acepciones, la primera de las
cuales tiene el significado de “objetivo” o “destino”. Es
considerando esta acepción que se emplea mahayyah para denominar la ruta del camino.
Luego este sentido fue generalizado para considerar como destino la Ka‘bah en las ceremonias de la
peregrinación. Huyyah también tiene el
sentido de “victoria”. Así, hayyahu significa
“le venció”, y el mahyûy es “el
vencido”. Luego el término fue utilizado
con el sentido de “argumento”, ya que mediante ello se consigue la victoria sobre el antagonista. Como dicen
las palabras del Altísimo:
«No
has reparado en aquel que argüía (hayya) contra
Abraham...» (Al-Baqarah; 2:
258).
También: «Tal fue el argumento que proporcionamos a Abraham contra su pueblo. Nosotros elevamos sobre los niveles
a quien nos place» (Al-An‘am;
6: 83). Luego fue utilizado el término con el sentido de
Mensajero o Imam, ya sea
por generalización, como cuando decimos en árabe “Fulano es justicia” (por
decir que es justo), o bien
porque en sus naturalezas son indicadores de la Verdad, y es por ello que
son “pruebas” (huyay) sobre la Creación. Por ello
el significado es: Su sapiencia, Elevado Sea, concluyó la evidenciación
de pruebas sobre las criaturas, lo que
se materializó con el envío
de los profetas y la designación
de sus
sucesores para perfeccionar a Su
creación y completar Sus gracias. Si no hubiera sido así, el sistema no se
hubiera arraigado y hubiera
imperado el caos,
la confusión, la ignominia y la
ruina, como se explica en su lugar correspondiente.
Ideó las cosas produciéndolas y las innovó
originándolas. Ello mediante Su poder y sapiencia, y no a partir de
otra cosa, lo que
hubiera anulado la (condición de) idea
(original), ni a partir de
causa alguna, lo que
hubiera hecho incorrecta la
(condición de) generación.
Ijtirâ‘
(idear) e ibtidâ ‘ (innovar) son vocablos que se acercan en su significado, que es el de producir
una cosa sin que sea a partir de otra
cosa, ni de un modelo. Entre los nombres del Altísimo están: Al-Badî‘, que
sigue el modelo de fa‘îl que tiene
el sentido de participio activo, como alîm que tiene el sentido de
mu’lim (doliente). A veces badî‘ viene
con el significado del participio pasivo.
El
badî‘ es el que es primero en su género. De ahí las palabras del Altísimo que dicen: «Di: no soy un innovador
(bid‘an) entre los Enviados...» (Al-Ahqâf; 46: 9). O sea, “no soy el primero enviado”.
El
sentido de ello es que Dios, Elevado
Sea, originó las cosas con Su sólo poder, y no a partir de una materia previa, y lo hizo por Su pura
sapiencia y no en procura de un fin (para
Sí mismo). Esto es así ya que si
las hubiera originado por medio de
una materia o elemento de base,
para su acción
hubiera necesitado de esa otra causa
promotora de esa base,
por lo que no
hubiera sido un mujtari‘
(ideador) perfecto en su obra. Si las hubiera originado impulsado por un
fin u objetivo ajeno a Su esencia, sería
imperfecto en Su accionar y no sería
un mubtadi‘ (innovador), ya que
el objetivo o causa final es lo que hace que el ejecutante se
movilice para ser tal. De esa forma, el primero de los términos hace referencia a
la ausencia de una causa material
para Su acción, mientras que
el segundo señala la inexistencia
de una causa final (u objetivo que
retorne a Su esencia). Crea lo que quiere
y como le place.
Luego
de excluir de Su acción el objetivo,
puede llegar a suponerse que Él no actúa por propia voluntad (irâdah), pero ello se descarta por el hecho
de que: hace
las cosas como lo desea,
por lo que ello se realiza por Su
designio (mashîiah). O sea, por Su voluntad origina la Creación, pero su designio, al igual que Su poder, no es algo exterior a Su esencia de forma
que otro influyera en Su acción, ya que
quien realiza una acción
por una voluntad exterior a su propia esencia, necesita
en su poder y voluntad, de
una disimilitud que haga prevalecer uno de los dos extremos
“potenciales” para que
la voluntad alcance al
mismo, y para
que su esencia procure su
complementación mediante esa
disimilitud que proporcione
la prioridad (a tal extremo). Si no es así, no llegará a realizar su acción.
Todo aquello que
para su perfeccionamiento necesita de
otro, es esencialmente insuficiente, y Dios
está exento de
cualquier insuficiencia. Así también, si
Su designio le fuera exterior,
ello implicaría en Su elevada esencia
los dos aspectos de “en
potencia” y “en
acto”, y las
dos consideraciones de
“contingente” y “necesario”, por
lo que ninguno (de los extremos) se verificaría.
Indicando
esa inexistencia de (aspectos) exteriores (a Su Esencia), dice:
Siendo único
al realizar ello, (y lo hizo)
para evidenciar Su sapiencia y la
realidad de Su señorío.
O
sea, creó lo que
quiso, realizándolo en su
condición de unicidad en esencia
y atributos, ya que no
creó sino para
evidenciar Su conocimiento del
sistema más perfecto, lo cual
representa la realidad de su divinidad y señorío, y no
por otro motivo, ni otra
exigencia que le atrajera hacia la creación
y la originación.
No le
determinan los intelectos,
ni se le
aproximan las imaginaciones, ni le
perciben las miradas, La percepción (idrâk)
se divide en
tres partes: puesto
que consiste en
la comparecencia de algo ante
el perceptor (mudrik), y eso se
da, o bien en
forma corporal, o en forma
incorpórea. La forma incorpórea
es a su vez, o bien incorpórea totalmente, o bien mantiene una relación
con los cuerpos y se anexiona a ellos. En cuanto a la primera de ellas,
es lo sensible que se percibe mediante los sentidos, de los cuales
el más fuerte y
exponente es la vista.
En cuanto a la segunda,
es el (razonamiento) lógico (ma‘qûl)
que se advierte mediante el
intelecto. La tercera forma consiste
en lo conjeturado (mauhûm) que se desprende de la imaginación.
Lo
que (el autor) se propone, es negar que
Dios, Elevado Sea, pueda ser percibido por
otro además de Él
mismo de alguna de
las tres formas
mencionadas. El argumento para
ello es el
siguiente: todo aquello
que presenta una
forma equivalente a su
realidad, es factible
de estar asociado
a muchos otros
(que también presenten esa característica), y Dios está exento de cualquier semejante o asociado. Como dice el hadiz: “Por cierto que Dios se ha ocultado de los
intelectos, así como se ha ocultado de las miradas, y los ángeles (al-mala’ul-a‘la) le requieren de la
misma manera en que vosotros lo
hacéis”. Además, lo percibido mediante
los sentidos no está exento de circunscripción y magnitud. Es a ello
que se refiere al decir: Ni le contiene magnitud alguna.
De
esa manera señala que Él está exento de
la corporización y sus implicancias. Fuera
de (lo revelado por) Él, las
expresiones de los elocuentes son
inútiles (para denominarle), y fuera de la Suya, desfallecen las miradas
de los contempladores.
O
sea, fuera de como Él se ha descrito a Sí mismo, las palabras de los elocuentes son deficientes, y las miradas de
los observantes languidecen
sin poder llegar a percibirle.
En
Él se pierden (las diferentes configuraciones de) los adjetivos.
O
sea, al calificarle, los adjetivos y
atributos de los calificadores se
pierden en el procedimiento de
adjetivación y los diversos modos de
sus expresiones; o sea, a pesar
de que intentaron describirle,
Elevado Sea, con las más sublimes formas
de entre los atributos de perfección que
atisbaban, y los conceptos de los calificativos de belleza
más elevados que concluían en
sus intelectos, cuando dirigieron
sus miradas hacia Él y se les elucidó la cuestión a Su respecto, se les hizo
evidente que todo ello se encontraba por
debajo de la atribución (congruente con)
Su majestad y reverencia, y de Sus calificativos de Su belleza y glorificación.
No le describieron como realmente es, ni le calificaron como Se merece,
sino que todo ello retornaba a la atribución que realizaron (tomando como referente) a sus propios símiles y equivalentes de entre los entes
contingentes. Es esto lo que nos señala
el conocido hadiz del Imam
Al-Bâqir (P) que dice:
“Todo lo que
habéis concebido mediante vuestra imaginación, aun en sus significados más precisos, no es más
que algo creado, al igual que vosotros
mismos...” Ese es el sentido de lo que nos
llega en las
súplicas del Imam Zain
Al-‘Abidîn (P) cuando dice:
“En Ti se pierden los adjetivos y
fuera de Tus propios calificativos se
anulan los demás (que pretenden describirte)”.
Se
ha ocultado sin necesidad de velos que le oculten, y se ha encubierto sin
cortinas que le cubran, O sea, el que
se encuentre encubierto respecto a las miradas y la observación, y
oculto con relación
a los intelectos y la
apreciación, no es por el hecho
que sea (una particularidad Suya
el estar) en Sí mismo oculto,
puesto que Él es la más
evidente de las entidades y
lo más manifiesto entre lo
existente; ni tampoco por el
hecho de
que exista un
impedimento que le oculte y encubra, ya que entre
Él y Su creación no hay más
velo que la insuficiencia de las
naturalezas (implícitas en ella) y el defecto
de las percepciones y los
intelectos. Incluso Su mayor manifestación
es causa de
su ocultación, y la culminación
de su evidenciación origina su
encubrimiento. Está oculto en Su
condición de manifiesto, expuesto en Su condición de encubierto, y escondido en
Su condición de conocido.
En cuanto a
la expresión hiyâb mahyûb: la
palabra hiyâb está brindando una rección gramatical (idâfah) (a la
palabra que le sigue) por lo que tiene el significado de “velos que ocultan” y no “velos ocultos”, como sería el caso si es que la
palabra mahyûb actuara como un mero
adjetivo. Lo mismo ocurre
con la expresión satr mastûr (cortinas
que cubren). Es conocido sin (necesidad de) cavilación.
Se
ha establecido en las ciencias
intelectuales que todo aquello
que no tenga causa, ni partes (que
lo compongan) no puede ser conocido mediante el razonamiento
argumentativo, por lo que:
O
bien permanecerá ignorado absolutamente, sin que haya
esperanzas de que sea conocido.
O bien
(su existencia) será argumentada a
través de sus
efectos y accionar.
El conocimiento obtenido por esta
forma será incompleto y no contendrá
detalles de lo que se ha llegado a
conocer, incluso, en una
aspecto general, será común a
otro (obtenido de una
forma) diferente, ya
que la huella
y el efecto
implican (la existencia de) una
causa y un origen sólo en forma genérica.
O bien
será conocido mediante la contemplación presencial (al-mushâhadah al- hudurîiah), y no a través de una
forma (factible de ser)
complementada, como es el caso de los místicos
consumados, como sucede con los profetas y próximos a Dios, que la Paz
sea sobre nuestro Profeta, sobre
su familia, y sobre
ellos, cuando se liberan de este
mundo físico. Aun así,
(ese conocimiento) no es de
una manera íntegra y substancial,
puesto que, como ya se explicó, ello es imposible, sino que es de una manera
general y fragmentada.
En
algunos manuscritos viene la palabra
ru’iah (observación), en lugar de rauîiah (cavilación y reflexión), queriendo en forma evidente significar la negación de que se le
pueda observar.
Notas:
[1]
Frase que utilizan los sabios en árabe
cuando desean referirse a sí mismos con modestia.
[2]
Conocido actualmente como Molla Sadra.
[3]
Tendencia de la escuela sunnita que
se aferra solo a lo aparente y literal del Corán
y los hadices.
[4] Siendo
que todo lo
demás no tiene existencia en
realidad, sino una mera vinculación con Su Hacedor.
[5]
La lengua, los pilares y el corazón.
[6]
En la shahâdah o testimonio donde se dice: Testimonio que no hay
divinidad sino Dios, y testimonio que Muhammad es su Profeta y Mensajero.
[7]
En árabe, para conocer
la conjugación de los verbos trilíteros simples se debe dar la forma en pasado más su correspondiente forma en presente.
Fuente: Centro de Cultura y Beneficencia Islámica de Chile