Edward W. Said
El Sionismo Norteamericano: El Verdadero Problema
I
"Cualquier
acuerdo de paz que se construya sobre la alianza con EU será una alianza que
confirme el poder sionista, más que confrontarlo" Esta primera parte,
versará sobre el tergiversado y escasamente entendido papel jugado por el
sionismo norteamericano en la cuestión palestina. En mi opinión, el papel de
los grupos sionistas organizados y sus actividades en EU no ha recibido la
suficiente atención durante el periodo del llamado "proceso de paz",
carencia que yo por mi parte encuentro absolutamente pasmosa, dado que la
política palestina ha sido esencialmente la de arrojar nuestro destino como
pueblo en brazos de EU sin tener ningún conocimiento estratégico de cómo la
política estadounidense está efectivamente dominada, por no decir completamente
controlada, por una pequeña minoría cuyos puntos de vista sobre la paz en
Oriente Medio son de algún modo más extremos incluso que los del Likud israelí.
Dejen
que les ofrezca un pequeño ejemplo. Hace un mes, el periódico israelí Ha'aretz
envió a uno de sus principales columnistas, Ari Shavit, a que viniese varios
días a charlar conmigo. Un buen resumen de nuestra larga conversación apareció
en forma de entrevista en el suplemento del periódico, publicado el 18 de
agosto (de 2000), prácticamente sin cortar y sin haber sido censurado. Expresé
mis puntos de vista con sinceridad, haciendo énfasis en el derecho al retorno,
los acontecimientos de 1948, y la responsabilidad de Israel en todo este
asunto. Me sorprendió que mis puntos de vista fueran presentados tal y como yo
los expresé, sin el más mínimo retoque editorial por parte de Shavit, cuyas
preguntas fueron en todo momento formuladas cortésmente y sin ánimo de pelea.
Transcurrida
una semana tras la entrevista, se publicó una respuesta a la misma escrita por
Meron Benvenisti, ex teniente de alcalde de Jerusalén durante el mandato de
Teddy Kollek. Fue repugnantemente personal, llena de insultos contra mí y mi familia.
Pero (Benvenisti) nunca negó que existiera un pueblo palestino, o que los
palestinos fueron expulsados en 1948. De hecho, lo que dijo fue: les hemos
conquistado, así que ¿por qué hemos de sentirnos culpables? Una semana más
tarde, respondí a Benvenisti en Ha´aretz: lo que escribí fue igualmente
publicado en su totalidad, sin cortes. Les recordé a los lectores israelíes que
Benvenisti era responsable (y probablemente estuviese al tanto del asesinato de
varios palestinos) de la destrucción de Haret al-Magharibah en 1967, por la
cual varios cientos de palestinos perdieron sus hogares a manos de las
excavadoras israelíes. Pero no me vi en la obligación de recordarles ni a
Benvenisti ni a los lectores de Ha´aretz que existimos como pueblo, y que al
menos podemos debatir nuestro derecho al retorno. Eso se daba por supuesto.
Hay
aquí dos cuestiones. Una es el hecho de que la entrevista al completo no podría
haber aparecido en ningún periódico estadounidense, y desde luego no en un
periódico judío norteamericano. Y aún en el caso de que esa entrevista hubiera
tenido lugar, las preguntas habrían tomado un tono de confrontación, lleno de
bravuconadas, insultante, con preguntas como: "¿por qué se ha visto usted
involucrado en actividades terroristas?", "¿Por qué usted no reconoce
el Estado de Israel?", "¿Por qué Hachch Amín era un nazi?" y
cosas por el estilo. En segundo lugar, un sionista israelí de derechas como
Benvenisti, sin importar cuánto pudiera odiarme a mí o a mis ideas, no negaría
nunca que existe un pueblo palestino que fue obligado a marcharse en 1948. Un
sionista estadounidense diría que no existió ninguna conquista o, como Joan
Peters alegó en un libro ya extinto pero en ningún caso olvidado publicado en
1984 bajo el título de From time immemorial (Desde tiempo inmemorial) (que por
cierto ganó todos los premios judíos cuando apareció), que no hubo palestinos
que vivieran en Palestina antes de 1948.
Todo
israelí admitirá sin rodeos (y sabe perfectamente bien) que todo lo que hoy es
Israel fue una vez Palestina, que, como Moshe Dayan dijo abiertamente en 1976,
cada ciudad y pueblo israelí tuvieron una vez un nombre árabe. Benvenisti
afirma abiertamente que sí, que nosotros les conquistamos, y que qué pasa. ¡A
ver por qué tenemos que sentirnos culpables por haber ganado! El discurso
sionista norteamericano no es nunca tan directo ni tan honesto: siempre hay que
andarse con rodeos, hablar de cómo se hizo florecer el desierto, hablar de la
democracia israelí, etc., evitando de un modo absoluto los temas esenciales de
1948, que sí han vivido de hecho los israelíes. Para el norteamericano, estos
hechos son casi fantasía o mito, nunca realidad. Tan alejados de la realidad
están los estadounidenses que apoyan a Israel, tan atrapados dentro de las
contradicciones del sentimiento de culpa de la diáspora con todo el
triunfalismo que supone ser la minoría más poderosa y que más éxito ha tenido
en EU (porque después de todo, ¿qué significado tiene ser sionista y no emigrar
a Israel?), que lo que emerge de todo esto es muy a menudo una aterradora
mezcla de violencia indirecta contra los árabes, un temor y un odio profundos
hacia ellos, que es el resultado de no haber estado directamente en contacto
con ellos, por contraposición con los judíos israelíes.
Para
el sionista norteamericano, por lo tanto, los árabes no son seres reales, sino
fantasías que representan casi todo aquello que puede ser demonizado y
despreciado, muy especialmente el terrorismo y el antisemitismo. Recientemente
he recibido una carta de un antiguo estudiante, una persona que ha tenido el
privilegio de recibir la mejor educación que alguien puede recibir en EU, que
todavía tiene el valor de preguntarme con toda la franqueza y la educación del
mundo que por qué yo, como palestino, todavía permito que un nazi como hachch
Amín1 determine mi agenda política. "Antes de hachch Amín -escribe-
Jerusalén no era importante para los árabes. Debido a su maldad, (Amín)
convirtió Jerusalén en un tema importante para los árabes, simplemente para
hacer fracasar las aspiraciones sionistas que siempre habían considerado
Jerusalén como algo importante". Ésta no es la lógica de alguien que ha
vivido con árabes y sabe algo concreto sobre ellos. Es la lógica de una persona
que habla a través de un discurso bien organizado y lo hace guiado por una
ideología que considera a los árabes solamente como funciones negativas, como
la encarnación de violentas pasiones antisemitas. Por lo tanto, (los árabes) son
gente contra la que hay que luchar y, llegado el caso, a la que hay que desposeer
de todo. No es casualidad que Baruch Goldstein, el espantoso asesino de 29
palestinos que rezaban tranquilamente en la mezquita de Hebrón, fuese
norteamericano, lo mismo que el rabino Meir Kahane. Lejos de constituir
ejemplos aberrantes que avergüenzan a sus seguidores, tanto Goldstein como
Kahane son reverenciados hoy en día por otros muchos de su calaña.
La
mayor parte de los fanáticos colonos de extrema derecha que están en tierra
palestina, hablando sobre "la Tierra de Israel" sin ningún tipo de remordimientos
como si fuera de ellos, odiando e ignorando a los propietarios y residentes
palestinos que viven a su alrededor, son también estadounidenses. Verles
caminar por las calles de Hebrón como si la ciudad árabe fuese enteramente suya
da miedo, un miedo agravado por la actitud desafiante y llena de desprecio de
la que hacen gala frente a la mayoría árabe.
Saco
a relucir todo esto porque quiero resaltar una cuestión esencial. Cuando, tras
la Guerra del Golfo, la OLP adoptó la decisión estratégica (que por otra parte
ya había sido adoptada por otros dos países árabes antes que la OLP) de
trabajar con el gobierno de EU y a ser posible con el poderoso lobby que
controla todas las discusiones sobre política de Oriente Medio, tomaron esa
decisión (lo mismo que los otros dos países que lo habían hecho con
anterioridad) sobre la base de una profunda ignorancia y unas suposiciones
extraordinariamente equivocadas. La idea, tal y como la expresó un diplomático
árabe poco después de 1967, era la de rendirse por completo, y decir, "ya
no vamos a luchar más". Existían razones objetivas para defender este
punto de vista en aquel entonces, lo mismo que existen ahora, sobre todo la de
que continuar luchando tal y como los árabes habían hecho históricamente
conduciría únicamente a la derrota y al desastre total.
Sin
embargo, yo creo firmemente que fue un error de bulto arrojarse en brazos de EU
y decir, en efecto, que ya no íbamos a luchar, que nos dejaran unirnos a ellos,
pero que, por favor, nos tratasen bien. La esperanza era que si nosotros
cedíamos y decíamos no ser sus enemigos, seríamos recibidos como sus amigos
árabes.
El
problema radica en la disparidad de poder que siempre ha existido. Desde el
punto de vista del poderoso, ¿qué diferencia hay en términos de estrategia si
tu débil adversario cede y dice que ya no tiene nada más por lo que luchar,
"aquí me tienes", "quiero ser tu aliado", "solamente
te pido que intentes comprenderme un poquito mejor y así quizás puedas ser un
poco más justo?" Un buen modo de responder a esta pregunta en términos
prácticos y concretos es echar una mirada a la campaña senatorial de Nueva
York, Estado en el que Hillary Clinton compite con el republicano Rick Lazio
por el escaño que en la actualidad tiene el demócrata Daniel Patrick Moynihan,
que va a retirarse. El año pasado Hillary dijo que ella estaba a favor del
establecimiento de un Estado palestino y, durante una visita formal a Gaza con
su marido, abrazó a Soha Arafat. Desde que la carrera por el senado ha dado
comienzo en Nueva York, Hillary ha superado incluso a los sionistas más
conservadores en su fervor por Israel y su oposición a Palestina, yendo incluso
tan lejos como para pedir que la embajada de EU se traslade de Tel Aviv a
Jerusalén, y aún peor, que se sea clemente con Jonathan Pollard, el espía
israelí condenado por espionaje contra EU que en la actualidad está cumpliendo
una sentencia de cadena perpetua. Sus adversarios republicanos han intentado
ponerla en ridículo llamándola ""miga de los árabes", así como
mediante la publicación de una fotografía en la que se la veía abrazando a
Soha. Dado que Nueva York es la fortaleza del poder sionista, atacar a alguien
con epítetos tales como "amante de los árabes" o "amiga de Soha
Arafat" equivale al peor insulto posible. Y todo esto ocurre a pesar de
que Arafat y la OLP son abiertamente aliados de EU y reciben ayuda financiera y
militar norteamericana, al tiempo que en lo relativo a la seguridad se
benefician del apoyo de los servicios de la CIA. Mientras, desde la Casa Blanca
se publicó una foto de Lazio dándose un apretón de manos hace dos años con
Arafat. Desde luego, una patada bien se merece una respuesta igual.
Lo
que de verdad cuenta es que el discurso sionista es un discurso sobre el poder,
y en ese discurso los árabes son el objeto del poder; objeto, por otra parte,
despreciado. Al haberse rendido ante este poder como antagonista vencido, (los
árabes) nunca podrán esperar estar en una situación de igual a igual con ese
mismo poder. De ahí el insultante y degradante espectáculo facilitado por
Arafat (que será por siempre jamás el símbolo de la enemistad en la mente
sionista), utilizado en un concurso local dentro de EU por dos oponentes que
intentan demostrarse el uno al otro quién es más pro-israelí. Y ni siquiera
Hillary Clinton o Rick Lazio son judíos.
En
mi próximo artículo discutiré cómo la única estrategia política abierta a los
árabes y los palestinos dentro de EU no es un pacto con los sionistas de aquí
ni con la política estadounidense, sino una campaña masiva que se dirija a la
población intercediendo por los derechos humanos, civiles y políticos
palestinos. Cualquier otro arreglo, bien sea (los Acuerdos de) Oslo, bien Campo
David, estará llamado a fracasar porque, hablando claro, el discurso oficial
está dominado por el sionismo y, con algunas excepciones a título individual,
no existen alternativas al mismo. Por lo tanto, cualquier acuerdo de paz que se
construya sobre la alianza con EU será una alianza que confirme el poder
sionista, más que confrontarlo. Someterse de un modo tan débil a la política
(estadounidense) sobre Oriente Medio controlada como lo está por el sionismo,
como los árabes llevan ya haciendo durante una generación, no traerá ni
estabilidad en la región, ni igualdad o justicia en EU. Aún así, la ironía es
que dentro de EU existe un número considerable de gente dispuesta a mostrarse
crítica tanto con Israel como con la política exterior de EU. La tragedia es
que los árabes son demasiado débiles, están demasiado divididos, demasiado
desorganizados, y son demasiado ignorantes como para aprovecharse de esta
situación. Más adelante hablaré sobre estas cuestiones, porque mi objetivo es
llegar a una nueva generación que quizás se encuentra desanimada debido al
estado miserable y denigrante en el que nuestro pueblo y nuestra cultura se
encuentran en la actualidad, así como al sentido de pérdida humillante e
indigna que todos experimentamos a resultas de ello.
II
"Los
Acuerdos de Oslo supusieron la poco imaginativa aceptación por parte de los
palestinos de la supremacía israelo-norteamericana, más que un intento por
cambiarla" Desde que escribí mi último artículo sobre este tema hace ya
dos semanas, un pequeño (aunque potencialmente comprometedor) incidente ha
tenido lugar. Martin Indyk, embajador de EU en Israel por segunda vez durante
el "mandato Clinton", ha visto abruptamente retirada su acreditación
de seguridad por parte del Departamento de Estado. La historia que se oye es
que (Indyk) utilizó su ordenador portátil sin las necesarias medidas de
seguridad, y que en consecuencia bien podría haber suministrado información a
personas no autorizadas.
Consecuentemente,
Indyk no puede entrar en el Departamento de Estado ni abandonarlo sin escolta,
no puede permanecer en Israel, y ha de someterse a una investigación a fondo.
Puede
que nunca descubramos lo que realmente ha ocurrido. Pero lo que sí se conoce
públicamente y de cualquier manera nunca se ha discutido en los medios de
comunicación es el escándalo que envolvió al nombramiento de Indyk la primera
vez. Justo cuando Clinton estaba a punto de ser investido como presidente en
enero de 1993, se anunció que Martin Indyk, nacido en Londres y con
nacionalidad australiana, había jurado como ciudadano estadounidense por deseo
expreso del presidente electo. No se siguió el procedimiento habitual: fue un
ejercicio autoritario de los privilegios del poder ejecutivo mediante el cual,
tras haber obtenido la nacionalidad estadounidense, Indyk pudo convertirse de
modo inmediato en miembro del Consejo de Seguridad Nacional, con
responsabilidad directa en temas de Oriente Medio. Todo esto es, yo creo, el
verdadero escándalo, y no la subsiguiente despreocupación o falta de atención
de Indyk, y ni siquiera su complicidad al ignorar códigos oficiales de
conducta. Porque, incluso antes de convertirse en la pieza clave del Gobierno
de EU en un puesto de altos vuelos y que funciona de manera secreta, Indyk
estaba ya a la cabeza del Washington Institute for Near East Policy (Instituto
Washington para la Política de Oriente Medio), una organización paraintelectual
comprometida con la defensa activa de Israel y cuyo trabajo está coordinado con
el del AIPAC (American Israel Public Affairs Committee (Comité
Israelo-Americano de Asuntos Públicos)), el lobby más poderoso y temido de todo
Washington. Merece la pena apuntar asimismo que Dennis Ross, asesor del
Departamento de Estado que se ha hecho cargo del proceso de paz por parte
norteamericana, también estuvo a la cabeza del Instituto Washington; de manera
que el tráfico entre el lobby israelí y la política norteamericana en Oriente
Medio no es sólo extremadamente regular, sino que está asimismo bien regulado.
Durante
años, el AIPAC ha tenido tanto poder no sólo porque se sustenta en un grupo de
población judía bien organizada, bien conectada, con un alto grado de
visibilidad pública, exitosa, y rica, sino porque casi siempre se ha encontrado
con muy poca oposición. Existe un miedo y un respeto por el AIPAC a lo largo y
ancho de todo el país, pero especialmente en Washington, donde en cuestión de
horas casi todo el Senado puede ser conminado a firmar una carta destinada al
presidente en nombre de Israel. ¿Quién va a oponerse al AIPAC y continuar con
su carrera en el Congreso, o plantarle cara (vamos a suponer, en nombre de la
causa palestina), cuando en realidad la susodicha causa no puede ofrecer nada a
quien le plante cara al AIPAC? En el pasado, uno o dos miembros del Congreso le
han plantado cara al AIPAC abiertamente, pero inmediatamente después su relección
fue bloqueada por los comités de acción política controlados por el AIPAC. Fin
de la historia. El único senador que adoptó una postura remotamente similar a
la de un opositor al AIPAC ha sido James Abu Rizk, pero él mismo no pretendía
ser reelegido y, por razones personales, dimitió después de que su mandato de
seis años terminara.
No
existe ningún comentarista político que mantenga de manera absolutamente clara
y abierta una posición de resistencia frente a Israel en EU. Algunos
columnistas liberales, como Anthony Lewis del New York Times, escriben
ocasionalmente de manera crítica sobre las prácticas de la ocupación israelí,
pero nada se comenta sobre 1948 y toda la cuestión del desalojo palestino que
está en la raíz de la propia existencia (y subsiguiente comportamiento) de
Israel. En un artículo reciente, Henry Pracht (un antiguo oficial del
Departamento de Estado), advierte sobre la asombrosa unanimidad de las
opiniones vertidas en todos los medios de comunicación estadounidenses, desde
las películas a la televisión, pasando por la radio, los periódicos, los
semanarios, o las publicaciones mensuales, cuatrimestrales, o diarias: todo el
mundo se mantiene firmemente al lado de la versión oficial israelí, que se ha
convertido igualmente en la versión oficial norteamericana. Esta coincidencia
es el (mayor) logro del sionismo norteamericano desde 1967, coincidencia que ha
sido explotada en el discurso público sobre Oriente Medio. De modo que la
política de EU es igual a la política israelí, excepto en aquellas raras
ocasiones en las que Israel se ha extralimitado (véase el caso Pollard) y ha
considerado oportuno hacer lo que le da la gana.
La
crítica a las prácticas israelíes se ve, por tanto, limitada a salidas de tono,
y, por infrecuente, puede ser calificada de literalmente invisible. El consenso
generalizado es tan poderoso y virtualmente inexpugnable que se impone sobre la
mayoría. Este consenso está construido sobre las irrebatibles verdades que
hablan de Israel como una democracia (su virtud primordial), la modernidad de
sus gentes, y el carácter razonable de sus decisiones. El rabino Arthur
Hertzberg, un clérigo liberal estadounidense muy respetado, dijo en una ocasión
que el sionismo era la religión secular de la comunidad judía norteamericana.
Este hecho se ve visiblemente confirmado por el apoyo de varias organizaciones
norteamericanas cuyo papel es el de controlar el espacio público en busca de
infracciones, lo mismo que otras organizaciones judías manejan hospitales,
museos, o institutos de investigación por el bien de todo el país. Esta
dualidad constituye una paradoja irresoluble según la cual iniciativas públicas
muy nobles coexisten con las más mezquinas e inhumanas.
Tomemos
un ejemplo reciente: la Organización Sionista de América (ZOA), constituida por
un grupo pequeño pero ruidoso de fanáticos, publicó un anuncio pagado en The
New York Times el 10 de septiembre en el que se dirigía a Ehud Barak como si
este último fuera un empleado de los judíos norteamericanos, recordándole que
esos seis millones (de judíos norteamericanos) constituían un grupo mayor que
los cinco millones de israelíes que habían decidido emprender negociaciones
sobre Jerusalén. El lenguaje utilizado en el anuncio no era únicamente
admonitorio, sino casi amenazante; se afirmaba que el primer ministro de Israel
había decidido "de forma antidemocrática" emprender una acción
considerada anatema por los judíos norteamericanos, que se sentían a disgusto
con su comportamiento. No está en absoluto claro quién instigó a este pequeño y
combativo grupo de fanáticos a sermonear al primer ministro israelí en un tono
semejante, pero la ZOA se cree con derecho a intervenir en los asuntos de todo
el mundo. Rutinariamente, escriben o llaman por teléfono al rector de mi
universidad para pedirle que me expulse o me censure por algo que yo haya
dicho, como si las universidades fueran guarderías y los profesores tuvieran
que ser tratados como delincuentes menores de edad. El año pasado organizaron
una campaña para conseguir que me destituyeran como presidente electo de la
Modern Language Association, cuyos más de 30,000 miembros fueron sermoneados
por la ZOA, al igual que otros tantos imbéciles. Esta es la peor modalidad de
abuso estalinista, pero no es más que la expresión típica más fanática del
sionismo norteamericano organizado.
Durante
los últimos meses, varios escritores y editores judíos de derechas (entre
ellos, Norman Podhoretz, Chrales Krauthammer y William Kristol, por mencionar
solamente a algunos de los propagandistas más estridentes) han criticado a
Israel por haberles ofendido, como si encima a ellos les afectara más que
nadie. El tono empleado en sus artículos es horrible, una combinación
repugnante de arrogancia cínica, de sermoneo moralizante, y de la más horrorosa
hipocresía, todo ello hecho con un aire de absoluta confianza. Ellos
simplemente suponen que, debido al poder de las organizaciones sionistas que
apoyan sus censurables fanfarronadas, pueden irse de rositas pese a sus excesos
verbales; pero, en realidad, lo que ocurre es que pueden hacerlo porque la
mayoría de los norteamericanos desconoce de qué se está hablando, o simplemente
está acobardada y calla. Poco tiene esto que ver con la actualidad política de
Oriente Medio. La mayor parte de los israelíes con un poco de sensibilidad les
miran además con disgusto.
El sionismo
norteamericano ha llegado prácticamente a un nivel de fantasía pura, en el cual
todo lo que sea bueno para el feudo de los sionistas norteamericanos y su
discurso en extremo ficticio, es bueno también para América y para Israel, y
evidentemente, para los árabes, musulmanes, y palestinos, que no parecen ser
nada más que un conjunto de molestias sin importancia. Quien se atreve a
desafiarles o a retarles (especialmente si se trata de un árabe o de un judío
crítico con el sionismo), se ve sometido al más horrible de los abusos y
vituperios, todo ello de modo personal, racista, e ideológico. Son implacables:
carecen de cualquier atisbo de generosidad o genuina comprensión humana. Decir
que, de algún modo, sus análisis y diatribas están hechas al estilo del Antiguo
Testamento es insultar al mismo Antiguo Testamento.
En
otras palabras: aliarse con ellos, tal y como los Estados árabes y la OLP han
tratado de hacer desde la Guerra del Golfo, es una muestra de la ignorancia más
estúpida. Ellos se oponen vehementemente a todo lo que defienden los árabes,
los musulmanes, y muy especialmente los palestinos, y antes que firmar la paz
con nosotros, harían saltar todo por los aires. Claro que también es cierto que
la mayor parte de los ciudadanos de a pie se sorprende por el tono tan
vehemente que utilizan, aunque en realidad desconocen lo que se esconde detrás
del mismo.
Cuando
uno habla con norteamericanos que no son ni árabes ni judíos, existe una
sensación de asombro y exasperación ya rutinaria frente a la actitud
implacablemente amedrentadora (que muestran), como si todo Oriente Medio
estuviese a su disposición para hacer y deshacer. He llegado a la conclusión de
que en EU, el sionismo no es solamente una fantasía construida sobre unos
cimientos muy débiles, sino que además es imposible que establezcamos una
alianza o esperar que se produzca ningún intercambio racional. Pero sí se le
puede rebasar, y vencer.
Desde
mediados de la década de los ochenta he venido diciendo a los líderes de la OLP
y a todos los palestinos y árabes que conozco que los intentos de la OLP para
que su voz llegue a los oídos del presidente (estadounidense) son una ilusión
total, dado que todos los presidentes recientes han sido sionistas devotos, y
que la única manera de cambiar la política norteamericana y conseguir la
autodeterminación es mediante una campaña masiva a favor de los derechos
humanos palestinos, campaña que tendría el efecto de rebasar a los sionistas y
que además llegaría directamente al pueblo norteamericano. Los norteamericanos,
por falta de información pero también porque aún están abiertos a las llamadas
que se hagan por una causa justa, reaccionarían tal y como lo hicieron frente a
la campaña del Congreso Nacional Africano en contra del apartheid, lo cual
finalmente condujo a que se produjera una transformación dentro de Sudáfrica.
Es justo mencionar en este punto que James Zogby, que en su día fue un
activista por los derechos humanos lleno de energía (antes de unirse a Arafat,
al Gobierno de EU, y al Partido Demócrata), fue uno de los impulsores de la
idea. El hecho de que la haya abandonado totalmente indica cuánto ha cambiado
(Zogby), pero no supone que la idea no siga siendo válida.
También
me ha quedado claro que la OLP nunca pondrá en práctica esta idea por varias
razones: (primero), porque requiere trabajo y dedicación. Segundo, porque
significaría adoptar una filosofía política que estuviera realmente basada en
una organización democrática de acción desde las bases. Tercero, porque tendría
que ser un movimiento más que una iniciativa personal de sus líderes. Y, por
último, porque requeriría un conocimiento real, que no superficial, de la
sociedad norteamericana. Además, creo que la mentalidad convencional que nos ha
ido sacando de Guatemala para meternos en Guatepeor es difícil de cambiar, y el
tiempo me ha dado la razón. Los Acuerdos de Oslo supusieron la poco imaginativa
aceptación por parte de los palestinos de la supremacía israelo-norteamericana,
más que un intento por cambiarla.
En
cualquier caso, toda alianza o compromiso con Israel en las presentes
circunstancias, en un momento en el que la política norteamericana está
totalmente dominada por el sionismo norteamericano, está condenado a obtener
más o menos los mismos resultados tanto para los árabes como para los
palestinos. Israel debe dominar, las preocupaciones de Israel son las que
importan, y las sistemáticas injusticias de Israel seguirán existiendo. A menos
que uno se enfrente con el sionismo norteamericano y se le obligue a cambiar,
los resultados seguirán siendo los mismos: la catástrofe y el descrédito para
nosotros como árabes.
III
Los
acontecimientos de las últimas cuatro semanas en Palestina (la segunda
Intifada) han supuesto, por primera vez desde el resurgimiento del movimiento
palestino en la década de los sesenta, un triunfo casi absoluto para el
sionismo en EU. El discurso de los ámbitos público y político ha convertido de
un modo definitivo a Israel en víctima de los últimos acontecimientos, todo
ello a pesar de que son más de 140 los palestinos muertos y hay ya cerca de
5.000 heridos. Ahora resulta que es la "violencia palestina" la que
ha roto el curso placentero y ordenado del "proceso de paz".
Existe
ahora una letanía de frases que sirve de punto de partida a cualquier
comentarista, que se repite tal cual, frases que han quedado grabadas en los
oídos, las mentes, y la memoria como guía para despistados, como si de un
manual o una máquina de hacer frases que han ido ocupando el espacio durante el
último mes se tratara. Puedo repetirlas casi de memoria: Barak hizo en Camp
David un ofrecimiento (a los palestinos) más generoso que cualquier otro primer
ministro anterior a él (el 90 por ciento del territorio y soberanía parcial
sobre Jerusalén Este); Arafat fue un cobarde al que le faltó el valor necesario
para aceptar la oferta israelí para poner fin al conflicto; la violencia
palestina - irigida por Arafat- supone una amenaza para Israel (y todo tipo de
variaciones sobre el mismo tema, incluyendo el deseo de acabar con Israel, el
antisemitismo, la furia suicida que nace del deseo de salir por la tele,
colocar a los niños en la línea de fuego para que se conviertan en mártires,
etc.); y, además, (todo esto) prueba que lo que motiva a los palestinos es un
odio añejo hacia los judíos y que Arafat es un líder débil que permite que su
gente ataque a judíos al liberar a terroristas y publicar libros de texto en
los que se niega la existencia de Israel.
Existen
probablemente una o dos fórmulas más que no he mencionado, pero en general el
panorama es el de un Estado de Israel rodeado por bárbaros tira-piedras, de
manera que incluso los misiles, los tanques, o los helicópteros que se han
usado para defender a los israelíes de la violencia no son más que una forma de
protección contra una fuerza tan terrible. Las declaraciones de Bill Clinton
(que su secretaria de Estado ha repetido obedientemente como un loro) pidiendo
a los palestinos que "se retiren" sugieren incluso que son los
palestinos los que de hecho están invadiendo territorio israelí, y no al revés.
Merece
la pena mencionar asimismo que la sionización de los medios de comunicación ha
tenido tanto éxito que no se ha publicado ni en prensa ni en televisión un solo
mapa que recuerde al lector y espectador norteamericano la existencia de
asentamientos israelíes, las carreteras y las barricadas que cruzan tierra
palestina en Gaza y Cisjordania. Es más, tal y como ocurrió en Beirut en 1982,
existe en la actualidad un verdadero cerco israelí impuesto sobre los
palestinos, incluidos Arafat y sus hombres. Completamente olvidado queda ya (si
es que alguna vez se entendió) el sistema de zonas A, B y C (establecido en los
Acuerdos de Oslo) mediante el cual se mantiene la ocupación del 40 por ciento
de Gaza y del 60 por ciento de Cisjordania, un sistema al que el proceso de paz
no tenía intención de poner fin, ni mucho menos modificar en su totalidad.
La
ausencia de lo geográfico en la mayor parte de conflictos que son geográficos
(por naturaleza) hace pensar que el vacío resultante es un punto extremadamente
vital, puesto que las imágenes que se proyectan son mostradas totalmente fuera
de contexto. Creo que esta omisión por parte de los medios de comunicación bajo
control sionista ha sido deliberada desde el principio, y ha terminado por
automatizarse. Esto es lo que ha permitido que comentaristas tan farsantes como
Thomas Friedman vayan por ahí pregonando su mercancía sin ninguna vergüenza,
hablando interminablemente sobre la imparcialidad estadounidense, la
flexibilidad y la generosidad israelíes, y su propio pragmatismo perspicaz con
el que censura a los líderes árabes y aturde a sus aburridos lectores. Este
vacío tiene también como resultado el de permitir que se mantenga la noción tan
ridícula de que habrá un ataque palestino sobre Israel, pero es también este
vacío el que deshumaniza aún más si cabe a los palestinos como si fueran
animales que ni sienten ni padecen.
Por
lo tanto no me sorprende que cuando se habla de cifras de muertos y heridos, no
se mencione la nacionalidad: los norteamericanos asumen así que el sufrimiento
se reparte por igual entre "las partes en conflicto"; de hecho, así
se eleva el sufrimiento judío y se reducen o eliminan por completo los
sentimientos árabes, excepto por supuesto los sentimientos de ira. La ira y
todos sus elementos afines son lo único que define con certeza y seguridad el
sentir de los palestinos; (la ira) explica la violencia y, de hecho, la
reconstruye de tal modo que Israel termina convertido en el representante de la
decencia y la democracia, siempre rodeado de ira y violencia. De ninguna otra
manera se puede explicar esto de los tira-piedras y la valiente defensa
israelí.
Nada
se dice de las demoliciones de casas, las expropiaciones de tierra, las
detenciones ilegales, la tortura, y cosas por el estilo. No se habla nunca de
la que es, con la excepción de la ocupación japonesa en Corea, la ocupación
militar más larga de la época moderna; nada sobre las resoluciones de Naciones
Unidas; nada sobre las violaciones por parte israelí de todas las convenciones
de Ginebra; nada sobre el sufrimiento de un pueblo y la terquedad del otro.
Olvidadas quedan la catástrofe de 1948, la limpieza étnica y las masacres, la
devastación de Qibya, Kafr Qassem, Sabra y Chatila, los largos años que
tuvieron que vivir los ciudadanos israelíes no judíos bajo un régimen militar,
por no hablar de la opresión continua a la que se han visto sometidos como una
minoría perseguida dentro del Estado judío, en el cual constituyen el 20 por
ciento (del total de la población). Ariel Sharon es a lo más un provocador,
nunca un criminal de guerra. Ehud Barak es un "hombre de Estado", no
el carnicero de Beirut. El terrorismo siempre procede del campo palestino; la
defensa, del israelí.
Lo
que Friedman y otros pacifistas israelíes no dicen cuando hablan de la
generosidad sin precedentes de Barak es lo que verdaderamente cuenta de dicha propuesta.
No se nos recuerda que el compromiso de Barak de cumplir con el tercer plazo de
la retirada del 12 por ciento del territorio acordada en Wye hace ya 18 meses
nunca ha tenido lugar. ¿De qué nos valen entonces tantas concesiones?
Se
nos dice que Barak estaba dispuesto a devolver el 90 por ciento del territorio.
Lo que no se dice es qué parte de ese 90 por ciento Israel no tiene intención
de devolver. (Solamente) el (denominado) "Gran Jerusalén" ocupa ya
más del 30 por ciento de Cisjordania; los asentamientos que serían anexionados
(a Israel) suponen otro 15 por ciento; las carreteras militares de ciertas
áreas están aún por determinar. Así que, después de restar todo esto, el 90 por
ciento de lo que queda no es tanto.
Jerusalén:
la concesión israelí consistía en estar dispuestos a discutir y quizás (pero
sólo quizás), ofrecer algún tipo de soberanía compartida sobre la Explanada de
las Mezquitas. La parte más deshonesta del asunto es que todo Jerusalén
Occidental (que era en 1948 principalmente árabe), ya había sido cedida por
Arafat, amén de una gran parte de Jerusalén Este. Un detalle más:
rutinariamente, se habla de los disparos por arma corta de palestinos sobre
Gilo, sin mencionar que Gilo está situado sobre tierra confiscada a Beit Jala2,
el lugar desde donde se dispara. Además, Beit Jala ha sido
desproporcionadamente atacada por helicópteros israelíes con misiles destinados
a destruir hogares civiles.
He
hecho un repaso de los principales periódicos. Desde el 28 de Septiembre, se ha
publicado una media de entre uno y tres artículos de opinión en periódicos como
The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, Los Angeles
Times, y The Boston Globe. Con la excepción de tres artículos escritos desde un
punto de vista propalestino en Los Angeles Times y otros dos artículos
publicados en The New York Times (uno de una abogada israelí, Alegra Pacheco;
el otro de un periodista jordano partidario de los Acuerdos de Oslo, Rami
Khoury), todos los artículos (incluyendo los de columnistas que escriben con
regularidad como Friedman, William Safire, Charles Krauthammer y otros como
ellos), han apoyado a Israel, el proceso de paz en el que EU ha actuado como
mediador, y la idea de que la culpa de todo lo ocurrido la tiene la violencia
palestina, la falta de cooperación por parte de Arafat o el fundamentalismo
islámico. Todos estos escritores son ex militares norteamericanos, pero también
funcionarios, defensores a ultranza de Israel, estrategas y expertos, o
miembros de lobbies y organizaciones proisraelíes.
En
otras palabras: existe un consenso generalizado basado en la suposición de que,
o bien no existe ninguna opinión árabe o islámica acerca de temas tales como
las tácticas israelíes de terror contra civiles, las prácticas colonialistas de
los asentamientos, o la ocupación militar, o que, de existir tales opiniones,
no merecen ser escuchadas. Sencillamente, ésta es una situación sin precedentes
en los anales del periodismo norteamericano, reflejo directo de la actitud
sionista que convierte a Israel en patrón ideal del comportamiento humano,
excluyendo cualquier consideración sobre la existencia de 300 millones de
árabes y casi 1.200 millones de musulmanes (en el mundo). A largo plazo, ésta
es desde luego una actitud suicida para los sionistas, pero es tal la
arrogancia de su poder que esto parece no habérsele ocurrido aún a nadie.
Esta
actitud que he descrito es verdaderamente asombrosa por temeraria, y si no
fuera una distorsión de la realidad tan practicada como real, uno podría pensar
que estamos hablando de una forma bastante singular de trastorno mental. Pero
es una actitud que se corresponde con la política oficial israelí de tratar a
los palestinos no como un pueblo con una historia de desahucio del cual Israel
es en gran medida responsable directo, sino como una molestia periódica contra
la cual la única respuesta posible es el uso de la fuerza, nunca la comprensión
o el acuerdo pleno.
Cualquier
otra opción es literalmente impensable. Esta ceguera tan asombrosa se ve
agravada en EU debido a que no se presta ninguna atención a los árabes y
musulmanes, salvo (como ya indiqué en otro artículo) cuando sirven como blanco
de cualquier político que aspire a algo. Hace algunos días, Hillary Clinton
anunció, en un gesto de la hipocresía más repugnante, que se disponía a
devolver una donación de 50.000 dólares de un grupo musulmán norteamericano
porque, según ella, el susodicho grupo apoyaba el terrorismo. De hecho, esto es
una mentira como un templo, porque el grupo en cuestión únicamente había dicho
que apoyaba la resistencia palestina contra Israel durante la actual crisis, lo
cual no es en sí mismo una postura negativa; pero sí es una postura que está
desde luego criminalizada dentro del sistema norteamericano por la sencilla
razón de que el sionismo totalitario exige que cualquier crítica (y quiero
decir literalmente cualquier crítica) hacia las acciones de Israel sea
simplemente intolerable y deba ser considerada como muestra del más rancio
antisemitismo. Y todo ello a pesar que el mundo entero ha criticado la política
israelí de ocupación militar, la violencia desproporcionada, y el cerco al que
se ven sometidos los palestinos. En EU, uno ha de abstenerse de cualquier
crítica, o de lo contrario esperar que le cuelguen el cartel de antisemita, con
todo el oprobio que ello conlleva.
Otra
peculiaridad añadida del sionismo norteamericano, sistema de pensamiento
antitético y distorsión orwelliana por excelencia, es que no está en absoluto
permitido hablar de violencia judía o de acciones judías cuando se habla de
Israel, a pesar de que todo lo que hace Israel se hace en el nombre del pueblo
judío, por y para el Estado judío. Nunca se dice que, dado que el 20 por ciento
de la población (de Israel) no es judía, tal denominación es errónea; lo cual también
explica la enorme discrepancia que de un modo absolutamente deliberado existe
entre lo que los medios denominan "árabes israelíes" y "los
palestinos". Ningún lector puede saber que a fin de cuentas se trata del
mismo pueblo, dividido de hecho a causa de la política sionista, o que ambas
comunidades son la representación de los resultados de la política israelí:
apartheid en un caso, ocupación militar y limpieza étnica en el otro.
En
resumen: el sionismo norteamericano ha convertido cualquier discusión pública
sobre Israel (receptor de la mayor parte de la ayuda exterior norteamericana),
sobre su pasado y su futuro, en un tema tabú que no debe ser tocado bajo
ninguna circunstancia. No es exagerado decir que éste es el último tabú que
existe en el discurso norteamericano. El aborto, la homosexualidad, la pena de
muerte, e incluso el sacrosanto presupuesto militar son objeto de discusión con
cierta libertad, aunque siempre dentro de los límites establecidos. Se puede
quemar una bandera norteamericana en público, pero es virtualmente impensable
hablar del trato que durante los últimos 52 años y sistemáticamente Israel ha
dispensado a los palestinos.
Este
consenso podría llegar a tolerarse más o menos si no fuera porque convierte en
virtud el castigo continuo y la deshumanización a la que se somete al pueblo
palestino. No existe ningún pueblo sobre la faz de la tierra cuyo asesinato,
retransmitido por televisión, sea considerado como algo aceptable y como un
castigo bien merecido por el telespectador norteamericano. Este es el caso de
los palestinos, cuyas pérdidas diarias de vidas son englobadas bajo el titular
de "la violencia de ambas partes", como si las piedras y las hondas
de los jóvenes cansados ya de tanta injusticia y tanta represión fuesen un
insulto, y no una forma de resistir valerosamente al destino tan degradante con
el que les obligan a batirse no sólo los soldados israelíes armados por EU,
sino un proceso de paz diseñado con la finalidad de encerrarles como gallinas
en bantustanes y reservas que son más propias para los animales que para las
personas.
El
verdadero crimen es el hecho de que quienes dentro de EU apoyan a Israel hayan
podido conspirar durante siete años para terminar elaborando un documento
especialmente diseñado para encerrar a la gente como si fuesen internos de un
manicomio o una prisión. Que encima esto se haya hecho pasar como paz en lugar de
la desolación que ha sido durante todo (este) tiempo, eso ya sí que sobrepasa
toda mi capacidad de entender o describir adecuadamente la situación como algo
menos que inmoralidad sin límites. Lo peor de todo es que el telón que protege
el discurso norteamericano sobre Israel tiene tanto acero que no es posible
siquiera sembrar alguna duda en las mentes de los hacedores de Oslo, que
durante siete años han estado haciendo creer al mundo que su plan era un plan
de paz. Uno ya no sabe qué es peor: si la mentalidad de quien piensa que los
palestinos no tiene siquiera derecho a expresar su sentido de la injusticia
(puesto que no llegan a la categoría de humanos para tener tales sentimientos),
o la de quienes siguen conspirando para prolongar su estado de esclavitud.
Si
esto fuera todo, la cosa ya sería lo suficientemente mala. Pero es que además
el estado miserable que afecta a todo lo relacionado con el sionismo
estadounidense se ve completado con la ausencia de cualquier institución, bien
sea aquí, bien en el mundo árabe, que pueda producir una alternativa. Mucho me
temo que la cobertura de las protestas de los tira-piedras en Belén, en Gaza,
en Ramallah, en Nablús o en Hebrón, no encontrará una respuesta adecuada en el
seno del vacilante liderazgo palestino, incapaz de retirarse o de seguir
adelante. Eso es lo peor de todo.
NOTAS
1) La controvertida trayectoria de hachch Amín al-Husaini refleja las
dificultades de la primera resistencia palestina al proyecto sionista. Desde su
posición como gran muftí de Jerusalén alentó la revuelta de 1929, y también
lideró la insurrección palestina de 1936-39 desde la presidencia del Alto
Comité Árabe. En el contexto de enfrentamiento palestino con Gran Bretaña, la
entonces potencia mandataria, hachch Amín al-Husaini declaró sus simpatías por
la Alemania nazi, lo que al estallar la Segunda Guerra Mundial le llevó al
exilio en Bagdad y posteriormente en Berlín. Aunque intentó tener un activo
papel en los planes de posguerra para la región, el desprestigio de sus
veleidades nazis y la nueva fuerza de los planes de NNUU de partición de
Palestina le fueron superando, hasta quedar arrinconado cuando su proyecto de
instalar un Gobierno palestino en la zona palestina conservada por los árabes
en 1948 se esfumó al anexionarse el emir Abdallah Cisjordania. El término
hachch es un título honorífico de carácter religioso.
2) Beit Jala, localidad vecina de Belén y bajo control de la
Autoridad Palestina, fue ocupada por el ejército israelí en la madrugada del
martes 28 de agosto durante 48 horas. Israel justificó tal medida, clara
violación de los Acuerdos de Oslo, por el motivo indicado por Said, los
disparos efectuados desde sus casas sobre el asentamiento de Gilo.
Publicado
en Al-Ahram Weekly Online, 21 de septiembre de 2000
Traducción
de Vanesa Casanova Fernández